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MUJER CATARSIS

Aparecen las manos asesinas y las degüellan
sus cadáveres llegan hasta la catedral de Dios, por clemencia.
De todos los rincones de la tierra su sangre suplica
volverse trigo, pan, azúcar, semilla de paz, hostia de perdón.

La terapia era morir sin tener que estar muerta
era hacer del silencio la lápida de los sentidos
era trastocar la luz por una sombra eterna
y sin embargo llenarse de jubilo y estar radiante
 
A Alicia no la querían en el país de las Maravillas
tampoco querían a Bertha Cáceres, la ambientalista;
menos querían a una Hilary Clinton, en un país de machos.
Todo se resume aparentar que no pasa nada.
 
Mientras tanto debajo de las faldas el aire cálido
se mueve con un olor acre como si fuera un Chanel
de mediado del siglo de las luces, de las mismas luces
que mataron a Marilyn Monroe,
de la que Hollywood se lavo las manos con un pantallazo.
 
Hay que apretarlas hasta ahogarlas
caminan a prisa que pronto llegaran a la cima.
El camino no puede ser de rosas, debe ser de espinos,
luego los asfixiados seremos nosotros. Entonces el miedo.
 
Aparecen las manos asesinas y las degüellan
sus cadáveres llegan hasta la catedral de Dios, por clemencia.
De todos los rincones de la tierra su sangre suplica
volverse trigo, pan, azúcar, semilla de paz, hostia de perdón.
 
Hay una historia de odio no contada contra la mujer
se murmura que debe volver a sus raíces de silencio.
El hombre garante de su seguridad empuña el puñal
y lo hunde ciegamente en el corazón de la fémina.
 
Hoy no te traerá rosas mi Camilita,
alguien se me adelantó y las cortó en la víspera de la noche,
dicen que para un velorio de una niña
que su pareja la ha muerto de amor.
 
Porque si. Tienen el descaro de decir “la mate por amor”
A Marisela Escobedo, la mataron tres veces, no bastó con una.
Marisela reclamaba la muerte de su hija, se la veía en
infatigables marchas, desnuda algunas veces, cubierta sola
con la fotografía de la hija que el asesino se la arrebató.
 
El desafío al espacio público, a la misoginia y al machismo
no te lo perdonarían y tú también serías víctima
de ese secretismo con que callamos los hombres
las muertes de nuestras mujeres que amamos para llorarlas,
una suerte de catarsis, de expiación de pecados, de desahogo.
 
Nunca habrá ni será un día especial para llevarlas a la fuente,
refrescar sus cuerpos cansados y heridos
beber de su leche virginal, saciar la sed del mundo,
dormir en su regazo y besar sus labios pródigos.

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