—Mírame, desnuda,
temblando bajo el frío.
—Óyeme, desnuda,
comiéndome los párpados.
—Como al infinito, como al vasto azul,
tócame, tendida, desnuda, así temblando.
—Mírame: parpadeo
en la propia luz que dices.
—Mírame: desespero
por recrear lo alcanzado.
—¿Quién eres tú, sonriente y decidida?
Dime quién eres tú, Altísima y Alcázar.
¿Quién te ha creado a ti, Perfecta y Esculpida?
¿Quién te ha entregado a ti
la fuerza de los lazos?
El sello
era inminente.
Y susurró:—Seamos;
te mostraré al pasar mis areolas...
¡Se secarán las aguas!
La suerte me llamaba
con sus dos campanillas...
No supe.
El atavismo
anclaba mis tobillos...