Celos
En el jardín del amor, donde brotó la confianza,
surgió una sombra traidora, tejiendo su negra danza.
No era el odio ni el rencor, ni la ausencia ni el olvido,
era el celo, ser oscuro, con sus redes de gemido.
Nació de un susurro al viento, de una mirada sin luz,
de la duda que envenena cada latido en la cruz.
No hubo infierno ni cuchillo, ni traición en la mañana,
solo el miedo de perder lo que jamás fue su hermana.
El amor, flor delicada, se marchitó sin razón,
ahogado en redes de espinas, prisionero en su prisión.
“¿Dónde vas?”, clamó la noche; “¿Con quién ríes?”, gritó el día,
preguntas que no tenían más respuesta que la agonía.
La confianza, frágil puente, se quebró bajo los pies,
y en su lugar creció el fuego que devora sin piedad.
No fue el tacto de otra piel, ni un suspiro ajeno al vuelo,
sino el eco de la mente inventando su desvelo.
Celos, víboras silentes que en el pecho hacen su nido,
chupan savia del cariño, dejan el alma sin nido.
No es el otro tu enemigo, ni la vida su complice,
es tu alma herida y sola, que en su llanto se complica.
“Si me amaras”, dice el loco, “no mirarías el camino”,
sin ver que el amor no ata, sino abraza sin destino.
Posesión no es sinónimo de un corazón que late fuerte,
es el miedo disfrazado de pasión frente a la muerte.
¡Cuántas lunas se apagaron entre lágrimas y engaños!
¡Cuántos besos se tornaron en veneno y extraños daños!
El que celos alimenta, no cultiva más que espinas,
y en su pecho, en vez de sangre, corren aguas venenosas.
¿Por qué enjaular al que vuela si su rumbo es hacia ti?
¿Por qué negar que en su vuelo tu esencia lleva consigo?
El amor no es de piedra, ni se guarda en un arcón,
es un río que se entrega sin pedir compensación.
Mas si insistes en clavarle tus preguntas sin perdón,
solo hallarás cenizas donde hubo un corazón.
Los celos, cuando acechan, no rescatan, no protegen:
matan la risa, apagan luces, condenan lo que más quieres.
Y al final, cuando el polvo de la batalla se asiente,
no quedará ni el recuerdo de lo que un día fue ardiente.
Solo un eco en la nada, un fantasma sin razón,
donde hubo amor, solo habrá desierto y traición.
Aprende, alma atormentada, que amar no es poseer,
sino dar sin condiciones, sin temor a perder.
Porque el que siembra confianza, aunque duela el solitario,
cosechará raíces fuertes... no el fruto imaginario.
Celos, ¡jamás serán prueba de que el amor es real!
Son la herida que nos grita que hay temor de perder más.
Si el amor en ti habita, déjalo volar sin miedo:
lo que es tuyo, por destino, regresará al primer vuelo.
—Luis Barreda/LAB