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María Antonia

Gente rara

No debí usar hoy este lazo: es muy incómodo. Es una verdadera lástima que sea tan molesto, pues es el que mejor combina con el chaleco. Por cierto, ya tengo que buscar otro chaleco, este no da para más. Cómo ha venido gente hoy, parece que el calor los pone mal. Gente de todo tipo. Aquella me mira, lleva rato en eso, con el flaquito. Debe estar admirada por mi lazo; no es común ver a alguien en un lugar como este con un lazo, ni siquiera con corbata. Seguro es lo que le está diciendo al tipo, lucen raros pues no parecen como los otros ni miran como los otros. Ellos vienen a menudo, los he visto, aunque no siempre juntos, él da propina, ella, mujer al fin, ahorra los kilos. Caramba... Qué va, esta llave está más incómoda que el lazo, tengo que inventar algo o decírselo al jefe. ¿Qué tomará la parejita? No deben ser pareja, aunque él la mira y ella le satea. Mujeres...

Este parece hoy una figurita para un cake. Me lo imagino, tiesecito en un cake de boda, con una novia también tiesecita. Bueno, él solo puede aspirar a una novia tiesecita, que no exija mucho. Uy, qué mala soy.  ¿A quién se le puede ocurrir venir a trabajar con chaleco y lacito en un país como este? Además, ya nadie se fija en esas cosas. Llevo rato observando a la gente y salvo la parejita, nadie lo mira. Hablan cosas raras esos dos: que si las historias de fantasmas y la casa de un tal Henry, que si eso mueve el piso y ahí está todo. Que si otra vuelta de tuerca. Otra vuelta de tuerca hay que darle a esta llave para que no salpique tanto. A este se le mojó el chalequito que antes era negro y ya es casi gris, gris sucio. Ahora me miran a mí. ¿Me habrán visto cara de fantasma? A lo mejor, con el calor y tanto cansancio. Éste, con su chalequito, parece siempre acabado de levantar. Cualquiera diría que él es el dueño y yo la empleada. Tan malo que le queda el café. Él se enreda por gusto, pues siempre debe ser la misma proporción de polvo. Pero él nada, aguachirria es lo que cuela. Bueno, no lo cuela él, sino la máquina.

¿Qué pasa con esos dos? Me miran y hablan. ¿Me conocerán de algún lugar? Será de aquí, pues no creo haberlos visto en otra parte. Bueno, aquí viene mucha gente, y si yo me he fijado en ellos, no sería extraño que ellos también se hubieran fijado en mí. Vienen cada tipazos. Ese es no es nada del otro mundo, y ella, bueno, ella tiene algo, sobre todo en los ojos. A veces tan tristes que dan ganas de sentarse a llorar a su lado. Pero hoy no, hoy está alegre, vivaracha. Hace un ratico él le decía que tiene que contarlo. ¿Contar qué? ¿Y a quién? Siempre el chisme, parece que ella está indecisa y él insiste. Que lo cuente, que es la única forma de liberarse. Ella no tiene tiempo, pues su trabajo consume sus energías y, a su modo, es creativo. Y él de nuevo con la cantaleta: que deje lo demás y se dedique a eso. Ella que no, que de algo hay que vivir, que la literatura lo único que da es dolores de cabeza y que los fantasmas de todas formas siguen ahí, no hay liberación posible. Y ya no pude oír nada más. Ella me miró con algo de ternura cuando me pidió el café, con crema, pues es mejor para el estómago y sabe rico. Parecía una niña diciendo rico. Me voy a esmerar y preparárselo sabrosito, para que se embullen y sigan hablando, aunque sea de fantasmas. ¿Será que ha visto un muerto? No tiene tipo de meterle a eso, pero ya no se sabe. ¿De qué se tiene que liberar?

Este es el pullover más fresco que encontré y aún así estoy empapada. No combina muy bien con el pantalón, pero total, a quién le importa. Y si a alguien le molesta que me dé ropa buena para trabajar. Yo no tengo la situación de este, que puede comprarse hasta lazos. La tipita va a lograr que me harte, sigue mirando y hablando con el blanquito. A lo mejor de la ropa, porque las mujeres nos fijamos en todo. Yo podría detallar con los ojos cerrados cómo está vestida. Y hasta imaginar los zapatos. Esta es de las que anda con zapatos cerrados y de tacón, muy correcta. Son las peores, tremendas zorras que le quitan el marido a cualquiera. Pues que no se haga, que no tiene marido fijo, y el que anda con ella todavía no se la ha jamado. Yo tengo un ojo para esas cosas. Parecen intelectuales, de los que no tienen nada que hacer y viven del cuento, con sus palabras raras y sus trovas. Ella debe ser candela, y él se hace el bobo con eso de la literatura. Literatura ni literatura... Menos mal que aquí no les ha dado por la leedera de poesía, como en otras cafeterías. Dios mío, el día que aquí se pongan en eso, invento que estoy enferma.

Al fin un poco de silencio. Cuánta gente, Dios mío. Menos mal que la parejita está ahí. Bueno, en realidad no son una parejita, pues eso se nota. Ella tiene las manos muy finas. Aunque, ¿por qué imaginar que es buena? Debe ser igual a todas: falsa y egoísta. De las que engañan con sus miraditas. ¿De qué no sería capaz si al pedirme el café casi me acaricia con los ojos? Pude sentirla. Hasta la imbécil esta se quedó mirándola cuando le pidió agua. Mira que venir vestida de amarillo y rosado... Y como suda. ¿Por qué habrá gente que suda tanto? La parejita no, están limpiecitos y hablando. Dicen que inventan mundos, que así se salvan, pero que sufren. Que siempre hay que sufrir un poco. A la verdad que no tienen cara de saber mucho del sufrimiento.

Ya se van. No, no se van, se acomodan para seguir la muela. Aquí debería estar prohibido posarse tanto rato. Han podido estar más tiempo porque ya no hay mucha gente. Miran raro, como si supieran la vida de uno. En algo andan: los oí clarito: ¿por qué no escribes eso? Está bueno para un cuento. Y ella, con su carita de ángel, que si son tan distintos. Hasta la apariencia es distinta. Que parece demasiado perfecto. Puro bla bla bla. Aquí viene cada gente. Uy, al fin. Ahora sí se van. Menos mal, ya me estaba empezando a doler la cabeza.

Parecen muy amigos. Es bueno tener amigos así. Y sentarse a conversar un rato, aunque luego te engañen. No, no tienen por qué engañar siempre. A lo mejor estos no se traicionan, ni hablan mal de sus otros amigos. Quién sabe. A lo mejor no son tan distintos de los demás, salvo por la palabrería. Ella me mira y sonríe, será que también le parezco lindo para un cake, como siempre me dice esta. Siempre hablando de uno, ya ni siquiera esperan a dar la espalda. Pero estos dos no pueden hablar de mí, pues nada saben. Aunque todo el tiempo me han hecho sentir que saben algo de mí que yo no sé. Ya se van. Se van y no me atrevo a decirles nada. Esta gente es rara, muy rara.

De "El escritor y la bibliotecaria", Ed. Ácana, Camagüey, 2015.

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