—Es un baile de salón que se heredó de los asentamientos de haitianos en Cuba. El merengue es el primer género que se interpreta en las presentaciones artísticas por su aire cadencioso, lo que lo vuelve ideal para la apertura.
La joven investigadora habla con voz tan pausada que no parece su asunto la descripción de un baile antillano. Claro que el merengue haitiano no es tan sabroso como el dominicano, según acaban de demostrar los modelos.
Le sigue el tema de la ropa, pues cada baile tiene la suya propia. La del merengue, explica, es sencilla. En el caso de las mujeres, una blusa ligera de mangas cortas abombachadas, cuello en forma de semicírculo corto con vuelo alrededor, ceñida al torso, junto con una saya larga, de esas que marcan bien la cintura.
O la falta de cintura. Sonrío para mis adentros mientras miro a los modelos: de distintas edades mas con la misma agilidad. Dicen que el baile es un ejercicio muy completo, a lo mejor eso los mantiene así, tan bien dispuestos y sonrientes.
A estos bailes y representaciones la joven investigadora le ha dedicado años de estudio, ya son varios los lugares y eventos a los que ha ido, donde seduce por la precisión de sus datos. Claro que sus informantes callan ciertas cosas, terreno minado en el que ella no debe meterse. La investigadora lo sabe, a veces lo hemos hablado: a una blanquita de uno de los mejores barrios de la ciudad no le van a mostrar el sentido oculto de sus rituales, ni siquiera los rituales mismos.
Ella, sin embargo, habla como si lo supiera todo.
—Los hombres acompañan esta combinación con una camisa de mangas largas y un pantalón ajustado a la cintura. También se utiliza el vestuario propio de los bailes de salón, constituido en el caso de las mujeres por un traje enterizo de mangas cortas, con el cuello en forma de semicírculo y ceñido a la cintura; los hombres utilizan un juego de pantalón y camisa, y un pañuelo amarrado a la cintura. Nosotras, en cambio, usaríamos el pañuelo en la cabeza, amarrado en la nuca.
Desde mi posición, ladeada y casi invisible, vuelvo a sonreír, esta vez de verdad. Anoto mentalmente la frase: “nosotras usaríamos”. Cometió el primer desliz: se ve a sí misma en la posición de los bailadores. Es más: ya la observación no es tan desinteresada. Me inclino un poco hasta ver a un bailarín que la sigue con la mirada, como si él no supiera de lo que está hablando. Otro negro viejo mueve la cabeza con fastidio, acaso le cansa oír lo que tantas veces él mismo ha repetido, aunque con otras palabras. La elegida como reina, soberana absoluta, mira con ojos y pose de reina. Ella no entiende nada. ¡Qué manera de complicar algo tan sencillo! Ahora viene lo bueno:
—El merengue se baila en posición cerrada de baile social, en la cual se forma un círculo entre los bailadores. El hombre le coloca la mano derecha en el centro de la espalda a la mujer, y la mano izquierda del hombre toma la derecha de su compañera. Esta posición obliga a la mujer a mantenerse recta e inclinada hacia el hombre.
Las parejas siguen la voz, o quizás al revés, la voz sigue los rítmicos movimientos de los modelos.
—El paso básico comienza con el apoyo del pie derecho en el primer tiempo; en el segundo tiempo el pie izquierdo se acerca al derecho y se apoya solo el metatarso; para que en el tercer tiempo el pie izquierdo retroceda a su posición inicial con el pie plantado completamente en el suelo, y poder darle paso en el cuarto tiempo al pie derecho, que se acerca al pie izquierdo punteando sobre el metatarso. Estos pasos son alternados, mientras una pierna se flexiona la otra queda extendida. La rodilla del hombre cae entre las piernas de la mujer.
Un baile verdaderamente erótico, más que el son y no tanto como la lambada, ni como el merengue dominicano, un baile más fino acaso... Siguen bailando un rato más, hasta que despiden la clase. Mi amiga, la joven investigadora, promete hablar al día siguiente del mazún, todavía más contagioso y erótico. Los modelos se retiran con algo de frustración, pues apenas pudieron lucirse. Mañana bailaremos más, les dice ella.
Vuelvo a anotar la frase. Otra vez ella se ha incluido. No debo olvidar comentárselo cuando salgamos juntas. Me pidió que la esperara, favor muy especial que debo hacerle, aunque me desvíe de mi ruta. Al parecer uno de los bailarines se ha enamorado de ella, dice que no le quita los ojos de encima y hasta ha querido invitarla a bailar. No entiendo mucho el porqué de su miedo, si él ha sido correcto y la mira como a una diosa nórdica. Ella insiste en sus aprehensiones; y yo debo acompañarla a casa.
Del libro "El escritor y la bibliotecaria", Ed. Ácana, Camagüey, 2015.