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María Antonia

IV

De esa época apenas conserva pruebas. Solo su memoria. No hay fotos, apenas unas cuantas dedicatorias y cartas. Una sola imagen: pelo largo, pullover azul, porque lo era, no porque la foto lo diga, y la sonrisa meditativa y lejana. No es la risa incontenible de las imágenes de los 15 ni tampoco la expresión grave de las posteriores. Dicen que hay una, en la boda de unos amigos, donde ella, unicae esponsae, luce muy bien.

Si para un ilustrado la verdad es bella, y para un romántico, lo bello es verdadero, ¿qué es la verdad? ¿Los recuerdos más bellos? La verdad salva, al igual que la belleza. Una memoria, de tan persistente, hecha y rehecha continuamente. Recobrar el pasado, completar conversaciones que quedaron a medias, ser más coqueta esta o la otra vez, haber callado entonces. Tal es la historia de toda relación: un eterno fluir entre lo hecho y lo no hecho, lo posible y lo imposible. Nostalgia del pasado que pudo haber sido, del propio pasado en lo que tiene de más agradable y doloroso. O habrá que negar que el dolor es siempre la vida. Que su anulación bien puede ser la muerte. Tenía una espina en el corazón clavada...

Pero ella sigue sintiendo el dolor, o lo que es igual, el corazón repetido en cada nueva historia, cada hombre, cada caricia. Escribiendo a mano y encima de una almohada le es fácil evocarse como la unicae esponsae de aquel hombre. Tibi, unicae esponsae, fue la dedicatoria de uno de los libros más perturbadores, el único que le llegó autografiado. El gótico internacional. Pintura al mismo tiempo ingenua y trascendental, donde la verosimilitud del cuerpo y del espacio apenas importan, pues se trata de seres que flotan, puras entelequias. Cristo famélico, no el robusto de Miguel Ángel. A este del Gótico dan ganas de abrazarlo y consolarlo. Verónica, la santa, sostiene la tela con el Rostro. Verónica con una tela que no se pliega, tan distinta a las vestiduras de la virgen pintada por Miguel Ángel en “El juicio final”.

Tibi, unicae esponsae. Recuerda cuando le dio el libro, allí en el cuarto despintado. Frente a la ventana, con el olor de la tierra mojada, humedad de una floresta incontaminada, después del amor rejuvenecido por la ausencia de días anteriores. Ella no entendía: única novia, susurró él. Quiso restarle seriedad. ¡Claro, las otras no son novias! Él, que notó su turbación, fue gentil y sonrió con la broma. Sentada en una banqueta se volvió y lo miró. Solo unicae esponsae, en latín, para hacer más sagrado el vínculo en un libro ya sagrado. Adoración de Dios, arte para Dios, pasión de una representación que no busca la fidelidad en la naturaleza sino en la idea. Unicae esponsae. Sonaba tan dulce, tanto como cuando, en su casa, debían repetirse que, por el rigor paterno, solo eran novios. Pero ser novios no es solo escapar de las ataduras del sexo, es una disposición especial hacia la vida y hacia la relación. Lo suyo había sido todo lo contrario: nació lleno de comidas compartidas, malabares con el dinero, ropas lavadas apenas sin agua ni jabón. Ella, que quería ser la donna angelicata, debía ser la compañera recia que hace colas, busca extenuada los libros que ambos necesitan o intenta conformar un menú decente. ¿Eso también es un noviazgo?

De la noveleta inédita "Verónica".

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