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López Cotilla # 185 (1)

Era el invierno y aún no florecían primaveras,
dos amantes exploraban sus fronteras
caminando sobre calles concurridas
disfrutando la tregua del destino y la vida.
 
En el salón Delgado me amaba,
ya tocábamos el cielo con el agua de los besos derramada,
la cocina en francés y el sol por la ventana entraba
mientras empapados terminamos con sonrisa enamorada.
 
Hambrientos confidentes, chismeamos,
leche dorada: el sabor de su mirada,
matcha caliente: el abrazo cuando nos besamos,
y en las fotos quedó la dicha recordada.
 
De regreso, los regalos comenzaban.
Le leí versos de Sharif y Chumacero,
mientras sonreía y sus ojitos me miraban
me sentía millonario sin dinero.
 
Café de olla con chocolate en sus besos,
confieso que ahora el recuerdo es imborrable,
y aunado a que se hicieron mis excesos,
la llama de sus ojos: la fuente de mi incendio inexplicable.
 
Vimos Mr Nobody abrazados,
lloramos discutiendo la película,
el cariño nos quitó lo derrotados
y luego explotaba la canícula.
 
Antes “leyó la mujer que no”
con blues y rock en la habitación,
viví esa historia en mi imaginación,
y aún guardo su foto en mi cajón.
 
Ahora sus besos sabían a vino,
ella me leía “Dios en la tierra”,
y cual inevitable fuerza del destino
terminó su cuento en paz para comenzar la guerra.
 
Ese tinto estaba endemoniado
parecía hechizado con la hambruna
de la llama de un pastor enamorado
y la luz de la diosa de la luna.
 
Así fue como ardimos con los besos,
hablando el amor en caricias,
sintiendo el calor hasta los huesos,
a oscuras compartiéndonos delicias.
 
Yo gastado y urgente,
Ella flamante y repentina,
Yo sin timón bajo su corriente,
Ella dulcamara en los montes de Luvina.

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