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Diciembre 2023 (1)– Desamparo de mi culto

Después de mi hecatombe a inicios del verano me he convertido en un náufrago, un desertor y un desamparado. Todas, ciertamente, de forma voluntaria y en orden secuencial. Soy un náufrago tras contemplar el ojo del huracán, y haber sobrevivido sus ráfagas mientras lloraba al cielo. Me autoproclamé desertor, porque elegí retirarme del campo de batalla al presenciar la muerte de varias esperanzas que creía perpetuas. Y así, me asumo como desamparado después de la desaparición de mi culto, experimentando la pérdida de aquello que me hizo sentir curado.
Después de los eventos que me trajeron aquí, puedo volver a contemplar las ruinas del templo que tiempo atrás era mi refugio. Dejé de rezarle a una diosa de manos frías, que hoy no tengo idea de dónde se encuentra, ni si bendice otros cuerpos con sus apariciones fortuitas. Hoy ese templo está en ruinas, su imagen rota, las flores marchitas. Nunca me sentí tan lejos del cielo sin su bendición varado en este mundo. Esa diosa encendió en mis adentros llamas que creía improbable de arder, ahora me siento incapaz de abrasar lo que me hizo ser su adepto: la ternura. Ella me prestó su cielo y un vientre donde rezar. Frente a esta imagen desoladora y bella de mis ruinas, no puedo nada más que recordar los sitios donde le rendía culto. Sus ojos, mi cielo favorito, polivalentes y fascinantes hechizos de viento fresco y llamarada. Su boca, de donde nacía mi lluvia favorita, estacional como hibisco en flor, donde se alimentaban mis tímidos colibríes. Su pecho, fuente de luz que me atravesaba completo, donde iniciaba el camino de flores hacia su ombligo, mi barranco predilecto para suicidarme. Su cadera, tenaz y poderosa, como la marea en donde pude perderme en mar abierto. Su fruto partido a la mitad, donde desembocaban ríos, quimeras peleaban y se reconciliaban los opuestos, donde el mundo tenía sentido. Sitios donde la amé sin otro deseo mas que el de hacerme viejo siendo joven en sus epicentros.
Hoy solo creo que es una desgracia no encontrar esbozos de tus dones, trazas de tu luz, ni migajas de tu mito. A raíz de la desaparición trágica del culto he sentido que mi ternura está defectuosa, como una bestia confundida. Está hambrienta en proporción de lo perdido y herida de muerte, convaleciente. Por poco y no estamos aquí.
Al menos el frío del invierno en esta ciudad me recuerda a tus manos: frías, chiquitas e inquietas; el otoño lluvioso a tus pies: inquietos, fríos y chiquitos; y estos dos años que nunca regresarán a tus besos en verano: chiquitos, fríos e inquietos. Que seas feliz en otros templos, que no te falte agua en tus flores, fuego en tus velas y otros ojos donde reflejarte. Amor y salud para ti, gitana de ojeras malva. No sé si vuelva a verte, pero te llevo dentro en mi conjuro de frío, amor, luna y sangre.

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