López Cotilla # 185 (2)
Ella despertó en su casa
aquí en la arena de mi pecho,
bajo mi techo que abraza
la poesía de su cuerpo bien hecho.
De nuevo fui marinero en su entrepierna,
la sirena cantaba desde temprano
esa melodía que será en mi memoria eterna
y a la cara se sentían aires de verano.
Tomamos una ducha para el desayuno,
queso, frambuesas y chocolate,
el café en los besos parecía oportuno
pa’ que el amor desvelado no nos delate.
Yo leí a Benedetti emocionado,
ella me hacía fotos para recordarme.
Leyó un cuento de Rulfo que le había gustado,
la escuchaba y más lograba enamorarme.
Comimos el postre y nos fuimos,
por el centro visitamos librerías,
sentados en la fuente nos leímos
cuentos mexicanos y triste poesía.
Ahí la observé por un momento,
me di cuenta que no necesité otra cosa.
Poesía, buena música y sus besos contentos:
el paraíso al que me invitaba esa diosa.
Acepté su viaje valiente,
el sol se escondía derrotado,
fuimos a buscar café caliente
pa’ renovar los ojitos ya cansados.
En la flor de Córdoba descansamos,
y como no podía ser diferente,
para no olvidar la maravilla que pasamos
guardamos un par de retratos sonrientes.
Luego continuamos el camino,
ella aún tenía algo pendiente:
su regalo hermoso y repentino
hecho con sus manos frías y su corazón ardiente.
Era un sobre amarillo que contenía:
una carta bella, una acuarela de mí posando,
y un cuento exquisito, que mientras leía,
me grabé el recuerdo del lugar y su voz acariciando
mis rincones esperando que no fuese fantasía.
Luego de abrazos y besos, caminamos de regreso,
cansados y felices llegamos al final del día,
y en la casa de su tía ya nos ganaban los bostezos.
Ahí esos amantes se despidieron
sintiendo el amor en los huesos,
agradeciendo lo que los dioses unieron,
hoy luego de amarnos te confieso:
que me fui con un cuento, una acuarela,
una huella imborrable en mi memoria,
un lugar donde amé la vida sin secuelas
y el inicio del mejor amor en los registros de mi historia.
