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Canto a mi martillo

¿Cuándo te cansarás
de golpear inútilmente
sobre tu duro piano de hierro?
Harto de tu cantar,
un día te arrojaré a la fragua
para hacer un juguete.
Eres fiel a mi vida,
mi hermano y compañero desde niño:
tu golpear fue mi canción de cuna,
contigo, en la esperanza y la fatiga,
he forjado la dura cadena de mis días
con largos eslabones de miseria.
Camarada en heroicas batallas del trabajo
que sobre el yunque dócil golpeando, golpeando,
golpeando,
doblegas el acero con recio canto entre las llamas;
repujas, recalcas, remachas,
forjas la rueda, la palanca, el puñal;
pero, aunque eres útil y fuerte,
un día te arrojaré a la fragua
para hacer un juguete.
Estoy enamorado de ese mágico espejo,
alargado y cortante,
que usan los hombres en la boca de sus fusiles,
y en donde se reflejan los astros, la mañana, el universo,
en bárbaros crepúsculos de sangre.
Y como de niño nunca supe de juegos,
ahora quiero reír, cantar, clamar también
con un grito más hondo y humano,
frente a esos hombres recios que juegan a la muerte:
¡Alto! ¡Alto! ¡Alto!
Y que mi grito quede
clavado en el inmenso corazón de la tierra.
Pero como tú eres dócil y humano,
laborioso y pacífico,
y tu canto de amor y justicia es inútil,
para hacerme ese duro cristal de acero que todo
lo refleja,
un día te arrojaré a la fragua...
¡y te haré bayoneta!
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