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Un canto para Pekín

No del jarrón antiguo
tu recuerdo me llega;
de más cercanos días
es que busco tu rostro,
tus voces y tus piedras,
tus manos florecidas,
el fulgor de astros nuevos
que tus cielos incendian.
 
¡Pekín,
tierra de llama y seda!
 
Ayer largas hambrunas
bajo extranjero látigo;
feudo de mariscales
y ávidos mandarines,
y hoy voz de nuevos cantos
que anuncian claridades
de auroras encendidas
y amaneceres altos.
 
Pekín, esmalte y hierro.
 
Pekín en olas claras
de ondulantes colinas;
con tus lagos, tus pinos,
con Chan An y tus fábricas;
jarrones de sonrisas,
y acero en finos brazos
que eternizan murallas.
 
¡Pekín,
músculo y porcelana!
 
De mis recuerdos surges
en marfil vivo y jade:
Wangfuching, centenaria
Puerta de Hata Men
y Peihai centelleante...
Vegetales fragancias
y amarillos celestes
en la seda del aire.
 
Mi alma en ti se abisma,
mis ojos aún te palpan.
Pekín en níveo invierno
y albas esplendorosas;
con tus techumbres áureas
bajo estrellado cielo;
con tu otoñal linterna
colgando en noche mágica.
 
Hacia ti en mar de espumas
van mis inquietos sueños;
tu luz busco en mis noches;
en mis cálidas tierras
siento tu sol, tu aliento;
oigo en mi voz, tus voces;
son mis delgados ríos
trenzas entre mis dedos.
 
¡Pekín,
cielo de rosa y sueños!
 
Pekín con tus raíces
floreciendo alboradas.
Pekín bajo la aurora
de tu futuro cierto,
sembrando tu mañana
en surco, viento y roca.
59Pekín con voz eterna
cantando en tierra y agua.
 
Orbe de luz y música.
Unánime universo
de pueblos, voces, razas,
de nubes y de trinos;
tierra de claros cielos
y de albas de esperanzas
que en llamaradas fúlgidas
alumbran días nuevos.
 
¡Pekín,
cielo de sueño y llamas!
 
Naciendo para el vuelo
que anhela más espacio,
sobre tu vida mueres
y de tu muerte naces
con luz de cumbres y astros.
De tu voz olas crecen
en mar de resplandores
hacia futuros altos.
 
¡Pekín, rostro amarillo,
refulgente sol rojo
de amanecer y canto!
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