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¡Vencedor!

¡Ah, tú me alientas!
¡Ah, tú me enseñas!
Roto estoy, desangrado;
grito de ayer, perdido;
hablo sin voz, canto sin voz;
sombra soy de mí mismo.
Pero, ¡ah, tú me enseñas!
¡Ah, tú me alientas!
Compañero de ayer, de ahora,
de mañana en el alba del tiempo.
Pablo de la Torriente Brau, más que épico, lírico:
luz y tierra en el ansia,
en el anhelo,
en el vuelo del sueño,
en el dolor del mundo;
luz y tierra en el grito.
Me dijiste: «¡Voy a hacer cosas grandes!»
Y triunfaste: ¡Grandes cosas hiciste!
Niño, gigante, atleta,
—¡risa, nobleza, ímpetu!—
¿qué afán más alto y rudo
que disparar la vida
como un dardo de llama
a cielos de futuro?
¡Ah!...
Tú eres de los que están más allá de un partido.
Tú eres de los que alientan más allá de una clase.
Tú eres de la eterna raza del Hombre,
32que echa raíz abajo y rama en la estrella.
Y siempre rebelde,
siempre gigante,
siempre inconforme,
soñando más espacio
aun ni en su alma cabe!
Tú eres de aquellos
para quienes la arcilla de muerte no es límite.
—¡Gigantes Prometeos que escalan a lo alto,
a arrancar con un grito de humanidad inquieta
el fuego que ilumine la miseria de barro!
¿Quién habla de la muerte?
¿Quién te enseñó a salvar
tu aliento humano de derrotas,
de toda agonía,
de toda cosa transitoria;
y a ir como en un vuelo,
como en un salto de garrocha,
como en carrera de infinito
hasta la meta victoriosa?
¿Quién te enseñó a elevar tu sueño
con ira de tumulto hasta la gloria?
¡Ah, quedar en el vuelo!
¡Quedar en el ímpetu!
¡Quedar en el grito!
¡Triunfar con un gran record sobre propias derrotas!
(Te hablo a ti, sólo a ti,
brutal en la emoción y en la franqueza,
como de sombra a sombra...
¿Por qué mentir?)
33¡Limpio y hermoso salto tu vida!
¿Quién no te vio en la llama de la Revolución?
La cara al sol,
el pecho ancho,
la voz potente y amplia,
las piernas ágiles, como alas sobre el mundo;
ni desleal,
ni oportunista,
pleno de ímpetus desnudos,
lanzando tus ansias de hombre
contra el presente injusto!
Millares de bocas hoy gritan tu nombre,
como cuando en lejanos ayeres deportistas
llegabas a la meta triunfante.
Y brazos proletarios,
y puños campesinos
—¡antorchas en la esperanza de mañanas futuros!—
te alzan en medio de un coro que canta:
«¡No pasarán!» «¡España!» «¡No vencerán!»
«¡El mundo...!»
Y mira un cielo en llamas,
bajo un fulgor de nuevos astros
un coraje de músculos.
¡Ah luchador, triunfador,
vencedor de ti mismo
—¡vida en llamas de sueños!—
desnudo de egoísmos y de odios, desnudo;
que en salto hacia la muerte
te incendiaste en el sol,
para alumbrar un día el nacer de otro mundo!
34¡Hermano, camarada
—¡niño, gigante, bruto!—
con aplausos de lágrimas te alzo un cheer de emoción:
a ti, noble en el vuelo,
desnudo en el coraje,
primero en la carrera;
que por salvar tu grito de hombre,
tu amor a la justicia
y tu fe en el futuro,
sin voz, sin luz ni aire en tu isla del trópico,
en salto inmenso hacia la meta,
fuiste a incendiar tu vida en la hoguera que España,
como una antorcha gigantesca,
levanta ante la noche sombría del fascismo
para alumbrar los nuevos caminos de la tierra!
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