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Floreciente

Despertar entre rosas y tulipanes fue un sueño repetitivo en la infancia, saltar estrepitosamente en la cama cuando caminaba hacia la somnolencia también era concurrente, más si habían reflejos de un niño que no termina de comprender, que era tímido y extrovertido a la vez, pensaba que algo de dentro no podría estar expuesto, por lo que disfrazaba su sentir como tapaba aquellos tulipanes que comenzaban a brotar en una de las cavidades de aquel órgano que si deja de palpitar la ciencia llama estado de muerte.

Con forme crecía, a veces más a unos lados, o hacia arriba, pero nunca derecho, pensaba en lo que venía, quizás aquellos tulipanes que topaba en sueños, necesitaron siempre una que otra rosa con espinas para permanecer florecidos. Vacilante de aprendizaje, siguió construyendo algo que nunca supo describir, un camino raro, y alejado de la normalidad que le llenaba vacíos de incomprensión hasta para sí mismo.

Golpeado por la adolescencia creía suponer que le tocaba un ramo de tulipanes por tal incomprensión, ya que para sí mismo, aquello no era un defecto sino una virtud. De ello, notaba aún más flores creciendo y olores saliendo de su pecho, abarcando más que los pulmones y llegando hasta su cerebro, haciéndole encontrar la particularidad de olor que concentra la rareza. Así mismo, razonaba sobre su intranquilidad, su insatisfacción y hasta de la mirada atónita de los testigos al codificar que los mensajes que del alma salían, eran trastocados por algo que no era de esta normalidad.

Dueño, respetuoso y amable de los afectos que no le son propios, se sintió orgulloso de nunca avasallar con la comercialidad, neolibertad e individualidad del sistema, los sentires de quiénes le rodeaban. Perdido aún en la incomprensión, comenzó a vivir del lado sensible del tulipán que le despertaba todos los días en el sueño, ya enraizado con las demás rosas, descubría un color rojo en cada pétalo de dicha flor, donde cada lágrima, sangre y gritos de dentro abonaban las raíces de aquel ropaje de flores que nacía de cada hueso que le tocaba mover.

Un proceso de transformación que le pestañaba, lo político de sus sentimientos, lo idealista de sus postulados y lo incongruente de sus pasiones, animaba cada una de sus flores con la caída de un atardecer más un café caliente, amargo y sin azúcar, lleno de experiencias, memorias y torpezas que conseguían darle sentido a la existencia de cada uno de esos tulipanes espinosos que ya dominaban cada uno de sus sentidos. Por esto, se reflejó de nuevo y se vio más floreciente que aquél niñx que seguía sin entender pero que abrazaba y aceptaba como los tulipanes aceptaron la compañía de las rosas que sin invitación formaron parte de su floral.

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