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                                                 Testimonio

                                         El ojo que todo lo ve

                                                Sergio Palma

                      Desde el triángulo de las Bermudas

                                                                                         Año: 2003
                                                                                   Chiapas, México.
Testimonio del Ojo que todo lo ve

Cursaba la Preparatoria allá por el año 2003. Cierto. Hace un buen  tiempo donde aún existía el audiocassette. En  esa época  tenía un programa radiofónico llamado Spanglish que se transmitía puntualmente los martes y jueves a las cinco de la tarde en XHNAL, Digital 89 que actualmente es concesión radiofónica del Gobierno del Estado de Chiapas. En cada transmisión compartía micrófono con Melvin y Yareth. Realmente éramos jóvenes inquietos que charlábamos sobre temas juveniles novedosos e interesantes; además, lanzábamos los demos musicales que estaban en estreno de cualquier grupo de pop emergentes y bandas de rock alternativo.

      Pero un día llegamos a la estación y no teníamos tema para abordar en el programa; nada para charlar. De inmediato se nos ocurrió hablar sobre el Ántrax que era un tema de moda en diversos medios de comunicación: tanto televisiva como vía  internet (en ese entonces me acuerdo que estaba el buscador Altavista). Y bueno, nosotros inexpertos nos guiábamos por lo que escuchábamos.  Sobre el Ántrax se rumoraba una cosa; otra cosa y raudo la histeria colectiva no se hizo expresar. Decían que mandaban por aviones paquetes y sobres con polvos letales que contenían agentes patógenos propios de una guerra química y biológica. El terrorismo a la alza, vaya. Por cierto recién había sucedido lo del 11 de septiembre, pues estaba “fresquecito” el asunto. Aún recuerdo que el gerente de la estación—que era un comunicólogo cuarentón tan inquieto con alma de joven; pero eso sí, con  un ojo crítico muy agudo y hostil— respiró profundamente y quedó meditabundo por un par de minutos mientras en su oficina se imprimían los contenidos de  la  información en  hojas de fax.

       A las cinco abrimos cortinilla, y entramos al aire como de costumbre. Me acuerdo que abrimos con la rola  “The zhephyr song” de los Red Hot Chilli Peaper. Animosos y aireados con un poco de fama  nos presentamos; enviamos saludos y atendíamos las peticiones musicales como de costumbre.  A las cinco con quince nos destapamos como acá dicen en la costa; pues empezamos a comentar y a definir qué era el Ántrax a nuestra manera y según las fuentes consultadas. De pronto—ring, ring, rig—escucho el teléfono. De inmediato me tocó recibir la llamada puesto que me situaba al lado de aquel teléfono negro ya desgastado por el uso. ¡Para mi sorpresa! Una voz masculina media “agringada” me empezó a cuestionar que de dónde habíamos sacados la información sobre el Ántrax. El sujeto robotizado y de temple frio afirmó comunicarse desde el Triángulo de las Bermudas e insistía que dejáramos de estar de hablando sobre las guerras biológicas y químicas porque eran asuntos delicados y nos estaban monitoreando vía satélite (ahora entiendo “google maps”, pues ellos tenían una tecnología más sofisticada—me imagino—).
      Mis compañeros notaron en mí una palidez y un desbordante nerviosismo que de inmediato mandaron a corte musical. Pero ahí no termina todo, pues les cuento el misterio.
      Durante mi comunicación con aquella voz anónima les confieso que el sujeto tras la bocina empezó a describirnos desde los rasgos físicos hasta las prendas de vestir que llevábamos puesta. Me acuerdo que me dijeron:—A tu lado está un joven moreno con camisa de cuadros color roja; también una joven de orejas amplias; tú que portas una camisa azul y el operador que tiene audífonos puestos y se sitúa  a ustedes—recuerdo que no pude más y le colgué con cierto miedo. De inmediato les comenté a mis compañeros y de manera ingenua miraban hacia el techo y a la alfombra de la cabina en búsqueda de alguna cámara. Pero... ¿cuál cámara? sino había, solamente unos cuantos huecos de los clavos de concreto que se habían retirado.
    Al culminar el programa nadie quería salir de la estación; nadie, ni un pie fuera de las instalaciones que se ubicaba en el edificio Pineda: calle Francisco I. Madero y Avenida Juárez. Y bueno. No tardamos de comentarle al jefe y luego, luego nos exhortó a ser cuidadosos con la información y contenidos que manejábamos. Recuerdo que nos subió a su coche—un Jetta color verde—y nos fue a dejar a cada uno a nuestra casa.
  Desde ese momento entendí que el Imperio nos tienen vigilados a cada segundo, a cada minuto; el ojo luciferino y la era luciferina  va tras el control, manipulación y poder.

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