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Égloga

Atardeceres gratis, oh atardeceres totalmente gratis.
Mario Santiago Papasquiaro

 
Todo es de níquel aquí.
Fatal perdura immortal.
Esbelta tú, divina indiferencia.
Te marchas sin la gloria del sí.
Aunque tersa, ya vegetal,
No ofreces ni guardas tu ausencia,
Que muda transparencia
En indeciso escalofrío,
Alentándose, vago en lo sombrío,
—Jardín de pálidas voces—
¿Acaso serán atróces
Esos ritmos de antiguas caderas
Que ahora son prisioneras?
 
 
Sí hay una hora real...
No, ella solo desvela
Puertas y dramas de clausura;
Desnuda, más nunca igual
Y para siempre gemela
Como nube tibia en lluvia dura;
Jamás a esta altura
Se perderan esos mundos
La tierra y la vastedad sin segundos
Que daban forma a un vuelo,
Pleno, del reves del cielo
Buscando con tenue mano
Ese latir dudoso, cotidiano.
 
 
Tu tambien fuiste soledad,
Querías hallar las flores
Que estiran la carne y las banderas,
Para cifrar tu vanidad,
En promesas de colores,
Sin saber las probables, lisonjeras
Bondades que no quisieras
Niño, ceder por destino,
Abandonado al turno vespertino,
Dónde surten, culpables
Las tristezas fugitivas,
Tan floridas tan mudables,
Pero metálicamente atractivas.
 
 
Lunes, hoy, mañana; ayer
Palabras lucen, vacantes.
Directo a la ignorancia prometida,
Que ni en sueños quizó ser
Noche; más, los instantes,
¿Han sido gratos, sombra homicida?
O tal vez sigues dormida
En idílico paraje;
Nunca sorprendida de este viaje
Del que mana tu memoria,
Prestando asilo inseguro
Y hasta con los dientes la victoria
Aunque no haya futuro.
 
 
Son ahora materiales:
Los precios, los calendarios
Ese gritar palabras sin sentido.
Pues aunque tú te regales,
Hay ámbitos solitarios,
Dónde habita el olvido,
Con su rumor atrevido,
Gozando, lujo, humana hermosura;
Si bien su ansia, toda llena
Ninguna rubia estructura
Merced a una quincena
Dejará patría baldía
Sin su plenitud que es monotonía.
 
 
¿Qué música o qué raza?
Anteriores a su encanto
Esconde su sed en un muro
Al que a veces disfraza
En modelos del espanto
Para quedar fijamente oscuro,
Aunque se asuma impuro
Ni su frontera estremece
La claridad que place y se aniquila
Detrás del día, tranquila
Llama sin fuga parece
Que al aire rinde un abandono
Coronado en su trono.
 
 
Prisión sin figura. Fuerte.
Su derrota prodigiosa
Sangra y canta; única delicia
Fugaz languidez revierte
Tras estancia misteriosa
Obstinada, planetaria caricia
Perece, nada, oficia
Sobre nubes aburridas
Gastando a paso insensible
Las muchas, las demasiadas huídas
Aunque sea corregible
Aquel recelo suyo de solo ser
La riña triste del placer.
 
 
Remedo adolescente
En tu vida sin ti vivías
Nativamente leve a la deriva
Sosteniendo, insistente
Peso blanco de los días
—Nulidad sin perspectiva—
¿Acaso tu risa es decorativa?
En este mundo de alambre
Inútil es la pereza,
El amor ya cansa, sucumbe el hambre;
Así muere tal proeza,
Intima para si misma y tan infiel
Que se afirma clara, cruel.
 
 
Distintos de ti y de mi
Los fantasmas de la suerte
Ajustan su corona derribada
Hasta saciar de frenesí
Dichosos, muerte tras muerte
Si entre el espejo y la espada
Hay una sola mirada,
Que es a veces mordedura
Fría, terrenal, secreta
Resultando siempre genio y figura
Pero ahí en la banqueta;
Felizmente hostil ante sus iguales
Sin amigos. Sin rivales
 
 
¿Con las armas en la frente
Eras, de ti también, vida:
Terco alimento insatisfecho
Tras un Dios indiferente
La entrevista rendida,
El beso al aire, el tiro al pecho;
O la zaña, el Derecho,
Borrarán sus propias flores,
Una vez forzado el pacto,
Que para el silencio no habrá tambores
Sí el máximo contacto
De lentos miembros como esperanzas
Bajo tus débiles venganzas?

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