Mira a ese chico que se baja del autobús pensando en que el ciclo se repite cada demasiado poco tiempo.
La verdad es que quiere desplegar sus alas para volar un rato mientras habla con la chica por la que estuvo pillado un tiempo atrás.
—¿Qué le sucede a ese señor?
+ No sé, tiene la mano en el pecho... ¿Estará bien?
La recién aludida piensa en lo mal que, posiblemente, se lo va a hacer pasar el chico cabrón de la cuarta fila que en ese mismo momento está cruzando la calle sin mirar antes.
—¿Para qué?
Es otro día en la jungla de cemento y pensamientos estrellados contra el asfalto. Hay un chico fumando en la puerta, para él la vida lleva algún tiempo muerta.
El humo lame la cara de una chica extranjera, interesada en los idiomas, que tose molesta.
Esta hada hecha persona opina que su vida es algo insignificante aparte de frustrante, razón no le falta.
Como tampoco le sobra razón a un ser humano que se frustra por no poder llamar la atención de la chica frustrada, amiga de un espíritu libre interesado en sí mismo (no de una manera egoísta, siempre lo dice).
Ninguno de estos personajes está contento con la vida que está teniendo.
Teniendo, que no viviendo, eso es en lo que fallan.
De la misma manera que también falla el profesor frustrado que vuelve a casa cansado del trabajo pensando en lo bien que lo han pasado sus alumnos hoy a costa del fallo involuntario que cometió en clase después de pensar en el dolor repentino que duró un segundo, que le entró en el pecho, cerca del corazón y le hizo pararse (con la mano en el pecho) al lado de un chico que estaba bajándose de un autobús e iba a hablar con una chica...