Bajo mi propia luna
No es el juego lo que busco,
sino el eco de un susurro
que vibre en mis huesos,
como el trueno antes de la lluvia.
Conozco el mapa de mi alma,
las grietas y las flores;
sé qué risa enciende mis fogatas,
qué mirada derrite mis inviernos.
No gastes frases huecas
—monedas falsas en mi puerta—.
El deseo no es un regalo
que se entrega a manos llenas.
Hay quien cree que el cuerpo
es una isla sin dueño,
pero yo guardo llaves
para selvas y desiertos.
No temo a la palabra oscura
que gritan desde afuera,
solo arde en mí si su voz
es la que enciende la mecha.
El placer no es prisa,
es arte lento:
una sinfonía de piel,
un libro que se lee al revés.
No pido santidad ni limosnas,
sino complicidad de estrellas,
alguien que desvele sin miedo
los nombres que callé en mi boca.
Si tu fuego es solo humo,
guárdalo. Mi calma no es debilidad,
sigo tras esa tormenta
que desate mis raíces
y me haga florecer sin vergüenza.
No soy un puente para todos,
sino un camino secreto
que solo encuentran
los que saben mirar con el alma.
—Luis Barreda/LAB