A mis antiguos amores
Recorro memorias como cartas olvidadas,
huellas de tus besos en páginas desgastadas.
Cada uno, un surco en mi piel,
cicatrices que el tiempo no borró,
mapas de un viaje que ya no duele.
Gracias por las tormentas que trajisteis,
por las grietas donde arraigó mi fuerza.
Vuestros “te quiero”—frágiles estrellas—
iluminaron noches que hoy son versos,
melodías que el viento se llevó.
Agradezco las lágrimas, sí,
aquellas que regaron mi jardín secreto:
florecieron raíces en la oscuridad,
espinas que enseñaron a sanar.
Y las risas... ¡oh, las risas!,
ecos de un amor que fue verdad.
Incertidumbres, traiciones, silencios,
lecciones talladas en mármol frío.
Sois el puente que cruzó mis abismos,
la sombra que me obligó a buscar luz.
Hasta vuestro adiós fue un acto de amor:
me devolvisteis a mí.
Hoy miro atrás sin miedo ni rencor,
soy bosque después del incendio.
Una mujer que ama sus grietas,
que abraza las fisuras donde late el alma.
Porque fuisteis el barro en mis manos,
la arcilla que moldeó quien soy ahora:
Alma que baila con sus cicatrices,
libre de cargar lo que el amor desgarró.
Y en este presente... ¡me celebro!,
por todo lo que fuisteis,
y por todo lo que yo me he vuelto.
—Luis Barreda/LAB