El proceso debe ser asumido en términos de enseñanza-aprendizaje. Cualquiera de los dos extremos no basta para explicar el asunto. Los objetivos deben ser planteados en función de los estudiantes...
La voz se alejaba y con ella, el rostro. Sentada en un ángulo bastante discreto y escudada tras la pelambre de alguien, dejé que mis párpados cedieran a una fuerza superior.
Los objetivos deben ser claros y junto con ellos, las habilidades que intentaremos desarrollar. No olviden que debemos aspirar a un proceso creativo. Algún cambio en la cadencia de la voz me hizo reaccionar. Las habilidades también se conciben en función del alumno: explicar, caracterizar, argumentar, analizar, valorar, comparar... Lindo listado de infinitivos, todos de la primera conjugación, la más fácil, la más atractiva en aquellas grandes hojas que llenábamos de formas verbales, remedio infalible para memorizar....
Según parece, memorizar no es una habilidad. Intenté concentrarme, sin embargo, la imagen de Pilar Repilado, mi antigua profesora de Gramática, se superponía a la del profesor de impecable guayabera y ocupaba todo el espacio. Me parecía verla, tras el buró, con aquellos espejuelos galenos con que nos seguía hasta la respiración mientras íbamos a la pizarra llena de fórmulas, cualquiera diría que matemáticas. En las primeras clases bastaba un ala del pizarrón, luego llegamos a necesitar varios metros de madera para aquel desglose, casi infinito, que convertía una oración complicadísima en una estructura clara y precisa. Pilar y las tizas blancas en la madera verde, no estos coloreados plumones en pizarras metálicas. Pilar y mis estornudos cada vez que tenía que descomponer sintagmas. Pilar y los largos textos de Gili Gaya y Roca Pons, tan difíciles al principio y convertidos al final en viejos conocidos.
¿Qué hacíamos? ¿Caracterizábamos sustantivos, valorábamos verbos, comparábamos pronombres? Analizábamos oraciones, de eso sí estoy segura. No es lo mismo explicar que argumentar, ni argumentar que valorar, ni valorar que caracterizar. La otra voz, no la suave de Pilar, me hizo despertar de mi duermevela. Dios mío, cómo dura esto. Miré las caras de mis compañeros en la desventura. ¡Quién lo diría! Verdadero éxtasis en algunos, asentimiento en otros. ¿Cómo luciría la mía? Con tantas cosas que tengo que hacer... Suspiré tan alto que la dueña de la pelambre que me había servido de escudo se volteó para mirarme. Sonreí. Era al menos un gesto para movilizar los músculos de la cara.
Pilar nos colocaba frente a la pizarra y dale con los sintagmas, núcleos, complementos. Siempre lamentando que no recibiéramos latín, pues nos ayudaría a apreciar la evolución de la lengua. Hubiera sido lindo tener una explicación eficiente para las irregularidades del idioma, y para entender ciertas palabras.
Una voz desconocida volvió a hacerme reaccionar. Al parecer, alguien respondió algo: algo y alguien, pronombres indefinidos. El algo es los elementos de la buena clase, y el alguien, un tipo con cara de yo-no-fui. Verbo elíptico en la oración coordinada copulativa. Es divertido hacer análisis gramaticales de lo que se piensa, como antes de los exámenes, cuando ensayábamos con oraciones loquísimas. Lo cierto es que nunca en mi vida he vuelto estudiar tanto.
La evaluación es una parte imprescindible del proceso, dice el profesor con cara ceremoniosa. ¿Por qué? Es obvio, ¿no? Que responda alguien rápido, a ver si esto se acaba y nos vamos. Dios mío, qué largo ha sido el turno.
Si la clase termina en diez minutos, te prometo, Señor, una relación de verbos irregulares. Y también los pronombres y sus usos, y las formas no personales del verbo, y la estructura básica compleja de un párrafo de Martí... Cualquier cosa, Señor, pero que esto se acabe. Te juro que de nuevo me leo a Roca Pons.
Del libro "El escritor y la bibliotecaria", Ed. Ácana, Camagüey, 2015.