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Retrato

“En un cuadro de Rafael no es posible determinar la distancia entre la punta de la nariz y la
boca. Quiero pintar cuadros donde esto sea posible.”
 
Fue con esas palabras que un hombre se embarcó en el mayor fracaso de su vida; Su obra artística.
Se aventuró entre sombras y oscuridades en la interminable siembra de la percepción. Miró más
atentamente que nunca –con una seriedad e inmovilidad que espantaban– a hombres, mujeres,
niños, animales e incluso insectos; nada ni nadie estaba a salvo de su devoradora mirada. Jugó con
luces y sombras sofisticadas, mas incomprensibles para cualquiera que no se dispusiera a
entenderla y que le sobraran 30 minutos de su vida para desperdiciar en tecnicismo visual. Y aun
así, no estuvo más cerca de su objetivo. Esto, en vez de desalentarlo (cosa que hubiese alegrado a
su familia) solo logró sentenciar de muerte a cualquier ápice de vida normal que este individuo
pudo haber tenido. Pintó cerca de 200 retratos de su tía Inés, 500 de su esposa (quién había sido
desplazada por la pintura) Rosita y alrededor de 780 de su hijo Jacob Tristán Tercero (él también).
Pero, aun su inhumano esfuerzo, no logró mejorar mucho. Había algo que escapaba de él, se le
escurría entre los dedos como la pintura fresca, quedaba manchado de la esencia, pero era eso,
una mancha. Una esencia intrínseca a lo real, a lo medible, que no podía retener en sus manos
manchadas de pintor fracasado. Murió a la edad de 87 años pintando un cuadro de Jacob (que se
sabía de memoria). Un paro cardiorrespiratorio paró su agobiante búsqueda por una pintura
donde fuera determinable la distancia entre la punta de la nariz y la boca. Unos meses después del
funeral el periódico local incluyó un artículo interesante: “Pintores teóricos demuestran la
existencia del retrato de perfil”. Ese día la tumba de nuestro amigo (según reportó el guardia del
cementerio) hizo sonidos extraños y sin duda tembló.

Piaciuto o affrontato da...
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