Ángel García

Oda a la lluvia

Cae, cae una lluvia insulsa a la que le gusta morder. Llueve, llueve mucho y no para de llover. Llueve en las casas, en los corazones, en este escenario que es el mundo, hasta –si me fuerzas– en el cielo. Cae en ritmo de corcheas, en las cocheras, todos los días un día más vieja, aunque llover sin cesar es su pan de cada día. Llueve mucho. No se amedranta por mojar amantes: le gusta el sexo y no la llaman puta –para variar–. Llueve en tu krayina, en la mía, en la del vecino. Llueve mucho. Llueve en cirílico y en acrílico. Cuando te fuiste de este mundo, cayó, caerá cuando cada uno de nuestros ríos llegue a la mar, caerá siempre y caerá por igual. Llueve, también sobre los pañuelos de los sapientísimos y doctos doctores, con sus iniciales bordadas. Cae sobre los tuyos y los míos. Cae sin preocupación y pasa factura. Llueve sobre colonizadores y esclavos. Cae sobre sueños y noches en vela, sobre abrazos y despedidas, sobre pedidas de mano. Cuenta la leyenda una vez se atrevió, y cayó, sobre el desierto, pero volvió llorando. Llueve sobre tuertos y plus-válidos. Llueve sobre muertos, aunque a ellos no les molesta. En definitiva, cae en todos los lugares, también por estos lares, pero nadie aprovecha a sacar la ropa a secar.

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