Cargando...

Concupiscencia

Cierra los ojos e imagina por un momento que estoy ahí. Que por fin vencimos la distancia y ya nada se interpone entre nosotros. Hemos hablado tanto, que en este momento las palabras sobran y vamos a decir lo que nos falta usando la boca, pero sin hablar.

Finalmente cerramos la puerta, volteamos y tenemos la fantasía a nuestro alcance. Paso mi mano derecha detrás de tu cuello, acerco tu cintura con la otra y tú me abrazas mientras los besos aplazados comienzan por nuestros labios, la inmensa tarea que tienen esta noche.

La ropa estorba, siempre lo ha hecho. Con ansias, te quito lentamente el vestido de flores que traes puesto, ríes un poco y nos volvemos a besar. Desabrochas con una prisa eterna los botones de mi camisa azul, la hebilla del cinturón y el cierre de ese jean negro que tanto me gusta.

Invitamos a la cama a ser la única testigo. Nos despojamos de lo que falta y ahora nada se entromete entre los dos. Estamos empezando y ya alcanzamos una paz que nos llena de calma, no existen presiones, ni horarios, ni nadie más que vos y yo. Hoy los sentidos son anfitriones, están tan concentrados que no hay espacio para nada que no sea tocarnos, olernos, saborearnos, sumergir nuestra mirada en el otro y escuchar atentamente cada sonido, cada gemido que nos provoquemos entre sí.

Nos reconocemos por completo con las manos, antes de comenzar a hacerlo con la boca. Te beso los labios, me separo de tu lengua y emprendo, con todo el tiempo del mundo, un infinito recorrido que inicia en tu cuello, se detiene en tu pecho, baja despacio probando tu ombligo mientras respiras cada vez más agitada, me miras aferrarme a tu cuerpo, apretando(te) tus piernas y terminando, de nuevo con mi lengua uniéndose a ti.

No aguantamos más. Las ganas de entregarnos al otro se notan en los ojos, en las manos, en la entrepierna, en el tamborileo del pecho a reventar. Tenemos esta sensación atorada desde hace tanto, el cuerpo entero nos palpita, cada centímetro de piel está gritando acalorada, nuestras siluetas no contienen las ganas de ser una sola sombra en la pared y después del jugueteo, nos ofrecemos y dejamos dominar por la más sincera concupiscencia.

El orgasmo no es el fin, es apenas el primer respiro en el que exhalamos la satisfacción de tenernos tan dentro. Podemos hacer esto toda la noche, lo haremos sin cansarnos porque lo que tenemos pendiente nos llena de la energía suficiente, para cumplir cada capricho y hacer de la cama nuestra casa en el aire.

No puedo pedirte que me esperes, pero por favor hazlo. Que después de tanto huir, nos debemos esa mañana en la que abrazados despertemos, anhelando volver a venir(nos).

Otras obras de David Penagos...



Top