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Soñar despierta no la deja dormir

No han pasado diez minutos desde que se acostó y Julieta ya está profunda. El gato la observa desde la silla que hay frente al escritorio, se siente tranquilo al notar que se ha quedado dormida y también decide cerrar los ojos. Ella lleva tres noches seguidas en que despierta agitada por lo que ocurre durante sus sueños y por consiguiente Teobaldo, siempre alerta, tampoco ha podido dormir muy bien.

Julieta se preocupa porque esto ya le ha pasado antes y sabe que hay un punto en que le empieza a afectar, a medida que transcurre el día tiene cada vez más enredos en la cabeza, cosas en las que trata de no pensar, pero por más que intente distraerse, de algún modo esos pensamientos recurrentes que quiere evitar, en su afán de no ser olvidados dicen presente a las patadas en sus sueños, desde hace ya varias noches.

Es así como el sueño y la vigilia se hacen uno solo, llega, eventualmente, un momento en que la nena no sabe si está dormida o no, los sueños se manifiestan cada vez más reales y su realidad abraza tan fuerte al surrealismo que cuando en ambos estados se repiten las mismas situaciones es difícil para ella saber cuál es cuál.

Julieta despierta, esta vez parece estar más tranquila, pero se nota que está molesta y demuestra su enojo, se pregunta cómo actuar, si según las reglas del mundo real o las del mundo onírico. A todas estas lo mejor será no intentar seguir ninguna de las dos.

El gato la observa mientras habla sola sentada en la cama, la nota decidida, confiada, pero la conoce y sabe que por dentro está hecha un manojo de preguntas e indecisiones. Julieta se va a tardar un rato allí, así que el gato sube a la cama, se acuesta cerca de ella y cierra los ojos.

—Yo la ayudo a pensar—ronronea Teobaldo.

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