Apremiado ganador del cielo
como arcángel caducado vivo,
simple querubín andante
seducido por los brebajes
más mundanos.
Aparezco en la calle
—que no es de oro—
cubierto por el lodo
y el llanto seco
que me vio brindar
con la sombra
de una lata vacía.
Atado ahora,
por el tiempo
me detengo:
el áspero humo
de un camión se disuelve
en mi pulmón izquierdo,
miro el sol con una lupa
y suplico aterrado,
volver a ser un ave,
un Ave gris.