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Cinco

A Sofía...

Cinco.
 
I
Cinco soldados marchan temerosos,
surcan llanuras de anónimo gusto,
castañean sus pies al andar pavorosos,
languidecen, aterrados y mustios.
 
En sus testas se anegan los olores
viajando en liviano canto del alma
y portando, en el centro, los frescores,
que, a su pesar, a sus almas no calma.
 
Van buscando un tesoro milenario,
escondido en rincones esteparios
detrás de altos montes mitológicos
 
de infinitos signos extraordinarios,
fecundos campos del imaginario,
donde danzan placeres cosmológicos.
 
II
 
Cinco sentidos usan los soldados,
para distinguir, de azabaches sombras,
las figuras de magníficas obras,
fuentes de belleza de estos costados.
 
Y terminan, entonces, encantados,
por los prodigios que pare esa tierra.
Sus velos de terror yacen desgarrados
y en sus adentros despierta una fiera.
 
Van al filo del mundo, lanza en ristre.
Al vórtice de todo lo existente.
Al origen de la vida y la muerte.
 
Desean lo más exquisito que existe.
(Pero...)
Mermados por el pavor, enclenques,
se detienen ante el manjar, inertes.
 
III
 
Cinco son los dedos de mi mano
que tímidos recorren tu extensión,
inabarcable templo, cuerpo sacro,
fuente eterna, dulcísima pasión.
 
Cinco suman los que están detenidos.
Son los mismos que el miedo ha congelado,
a la espera de un afable recado,
un “sí” enmarañado entre tus suspiros.
(Y así...)
Danzar con el origen del placer,
del ombligo de tus labios beber
inmortal elixir de felicidad.
 
Misión de mis soldados, puro deber.
Fin de mis sentidos, excelso poder.
Encarnación del orgasmo, eternidad.

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