Madre Alas
Una madre que ama con fuerza y valor,
no ata las alas, les da el don de volar,
sabe que su nido no es prisión ni temor,
sino un lugar seguro para comenzar.
Con cada caída, no corre a levantar,
deja que el pequeño logre por sí solo,
que en la adversidad pueda caminar,
y en cada error encuentre su polo.
La infancia se aleja, el mundo se expande,
la mano que guía se abre en silencio,
mientras el hijo explora su propio camino,
la madre sonríe, guardando el recuerdo.
No es el escudo que evita el dolor,
ni el muro que oculta la vida y sus redes,
sino el viento que empuja con dulce fervor
las velas del barco hacia nuevos mares.
En las noches largas, cuando duda y teme,
siente que el alma se quiebre en mil partes,
mas su amor es más fuerte: no clava sus redes,
y entiende que el cielo se gana al despegar.
Raíces profundas y alas extendidas,
he aquí el legado de un amor real,
que no ata con cuerdas ni heridas,
sino que inspira a ser libre y leal.
El tiempo transforma los llantos en risas,
las huellas se borran en la arena y el mar,
pero en cada paso, aunque el hijo se aleje,
su esencia perdura, sin frenar su andar.
Y cuando la vida le muestre sus grietas,
el hijo, ya fuerte, sabrá regresar,
no como un refugio, sino como certeza
de que en su raíz siempre habrá un lugar.
Madre que suelta con fe y ternura,
tejiendo memorias de amor sin condición,
no siembra dependencia ni amarga atadura,
solo abre el camino hacia la emancipación.
Porque el vuelo más alto nace del suelo,
y el corazón libre, aunque lejos esté,
lleva en su pecho el abrazo del cielo
que una vez aprendió... y nunca olvidará.
—Luis Barreda/LAB