De fragmentos y constelaciones
Somos la ceniza de soles extintos,
partículas errantes de un vientre cósmico,
huérfanos de supernovas que tejieron
sus secretos en la médula de nuestros huesos.
El universo late en nuestras venas
con ecos de galaxias olvidadas.
La ciencia desentraña en nosotros
un mosaico de sombras y partículas:
electrones danzantes en la noche del átomo,
silencios cuánticos que murmuran
en los pliegues de la piel.
Somos vacío y fulgor,
una ecuación sin resolver.
La biología grita en cada célula:
mitosis de memorias ancestrales,
ríos de ADN que llevan
el mapa de especies desaparecidas.
En cada latido, la vida repite:
*“Eres el eslabón de una cadena
que no sabe su propio nombre”*.
La religión talla mitos en nuestro barro:
dedos divinos moldearon el caos,
soplaron almas en arcilla frágil.
Llevamos el pecado original de existir,
la grieta donde Dios esconde
su más antigua duda.
La política nos viste de normas:
esclavos de banderas y fronteras,
hijos de un contrato invisible.
Nuestras manos, atadas a decretos,
escriben himnos en papeles rotos
mientras el Estado cose heridas
con hilos de burocracia.
La tecnología nos dibuja digitales:
avatares de un sueño inalámbrico,
fantasmas que navegan en pantallas.
Nuestros ojos, faros de algoritmos,
buscan amor en códigos binarios...
¿Acaso el wifi de las almas
se conecta en otra frecuencia?
El capitalismo nos nombra *“consumo”*:
engranajes de una máquina hambrienta,
dientes afilados en la rueda del mercado.
Vendemos horas para comprar sueños,
y los sueños se pudren
en los escaparates del deseo.
Los bancos nos miden en monedas:
créditos, deudas, intereses...
Nuestra sangre tiene precio de bolsa,
y el corazón late al ritmo
de las fluctuaciones del dólar.
Pero yo te digo, alumno curioso,
que somos más que cifras y moléculas:
Somos la suma de todas las preguntas,
el nudo de los cuentos que nos tejieron.
Cargamos en la espalda
un universo de fragmentos:
pedazos de risas enterradas,
cicatrices que fueron versos,
horizontes robados al miedo.
Nos rehacemos cada madrugada
con los restos del ayer,
mezclando lluvias y memorias
para inventar un nuevo destino.
Somos arcilla y estrella,
libros inconclusos
que escriben su propia luz.
Al final, sólo somos
lo que decidimos recordar:
una constelación de instantes
cosidos con hilos de esperanza.
Y en ese viaje infinito de volver a nacer,
la única verdad es el camino
que grabamos al andar.
—Luis Barreda/LAB