Apagadas las luces del verano, la tarde se llena de sombras, y la superficie del lago se tiñe con los colores de noviembre. Las cumbres de los árboles se tiñen del color del atardecer, de un sol horneado, abrasado por el tiempo y cobijado de la lluvia. El aire huele a tierra mojada, a leña y musgo. El viento sopla con fuerza, agitando todos mis sentidos con un súbito escalofrío.
Yo contemplo la escena, como el que se sienta a ver una obra en el Prado. Pensando en mil cosas a la vez, y en ninguna al mismo tiempo. Y de pronto, sucede el milagro. Una de aquellas hojas, de un castaño aledaño, de pronto decide emanciparse. Rauda inicia su viaje hacia ese suelo mojado, está encendida, roja de pasión y de vida ya cumplida. Yo observo, como un autómata, sabiendo ya su desenlace antes de que ocurra. Pero no ocurre. Un viento entrometido, la agita de repente llevándola bien lejos. Aquella hoja flota en dirección contraria a su destino como un rayo sin tormenta, como un huracán en el desierto y como una flor en invierno. Y le da lo mismo, atónito contemplo como continúa su baile macabro.
Ahora la hoja flota a un palmo de la superficie del lago, que la quiere besar, pero ella no se deja. O es el viento el que no lo permite. Yo ya no lo sé, no sé ni que están viendo mis ojos. Tan solo me limito a mirar como el lago ha cambiado el azul de sus aguas por el tono rojizo del cielo, o de la hoja. Yo ya no sé nada, quizás me esté volviendo loco ¿Está queriendo seducir el lago a esta hoja? ¿Qué tiene ella que no tengan las demás? Quizás sea la libertad ¿Y esa libertad es suya o es del viento? Y qué más da. Si ella baila, y baila a un compás que es del lago y del viento, de la lluvia que cayó hace un momento, o del sol que nos da su aliento. Es solo un instante, y a la vez es eterno.
Las voces de los árboles entonan una melodía, como si de una orquesta de viento se tratara. Y la hoja de castaño sigue con su juego, jugando a no ser de nadie, a ser de uno y del otro. Juega a ser ella misma, y eso nadie lo sabe. O si lo saben se lo callan, para no molestarla. Porqué se disfruta tanto viéndola bailar. Es tanta su belleza que deseo con todas mis fuerzas que este instante sea eterno, que no pare nunca, que no desaparezca. Ella sigue con su sube y baja, flotando como una mariposa, como una ninfa alada, o directamente como las hadas de los cuentos que yo tanto escuchaba. Y en ese vuelo majestuoso parecieran caber todas las cosas bellas de este mundo y más. Quizás habría que buscar en el firmamento, el diccionario de un universo paralelo repleto de belleza que me ayude a expresar lo que siento solo al contemplar esta escena. Estoy desvariando, lo sé y me da igual. Solo quiero que no acabe, nunca.
Y de repente, termina. Cansada se precipita, no en el suelo con todas sus hermanas, como una más. No, ella no ha nacido para eso. Estará cansada, pero sabe elegir el momento y el lugar. Poco a poco, va cayendo justo en el centro de un lago que se relame y ruge por su victoria. El sol está cayendo a la misma vez que nuestra protagonista y todo noviembre vibra con un rojo color a hogar. El viento se ha rendido y directamente la ha dado por perdida. Finalmente unas finas ondas resuenan por toda la superficie de un lago que abraza y besa a su invitada. Agudizo la vista para ver como las ascuas de su piel van humedeciéndose lentamente. Mis ojos parecen correr la misma suerte. Ella está, pero yo ya no puedo verla. Pertenece a otro, ojalá la cuide por siempre. Yo tan sólo la disfruté un instante, pero que instante. Mis lágrimas caen a este dichoso lago, que tan afortunado ha sido, como yo de haberla conocido. Noviembre ya ha llegado, y por pararme a contemplarlo, una linda flor de otoño me ha regalado.