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La muerte de mi padre (2)

Mi padre murió el 3 de noviembre del 2020. Era un día tranquilo, aunque en mis adentros sabía que ese día mi vida iba a cambiar para siempre. Sus últimos momentos los pasó en una sala de hospital entre aparatos ruidosos, sábanas gastadas y personal de salud ya inmune (aparentemente) al gélido rumor de la muerte. Aún recuerdo la última vez que lo vi con vida. Su respiración agónica, su mirada perdida, sus ojos llorosos, su cuerpo cansado y frágil por el cáncer, todo era tan diferente a aquel hombre que tantas veces vi florecer en 24 años que me duró. Recuerdo que ante el cuerpo moribundo de mi padre no pude mas que abrazarlo con delicadeza, darle un beso en la frente y darle para siempre las gracias por todo lo que hizo por mí y nuestra familia todo este tiempo, le dije que lo amaba, que descansara, que ya había pasado por mucho. Mientras me recosté en su melena canosa, no pude dejar de recordar todas las anécdotas felices que me contaba que tuvo conmigo: la vez que regresé dándole la espalda al mar y fue a rescatarme de aquel atropello de las olas cuando fui pequeño, cuando con mucho gusto lo acompañaba a todos lados con la condición de que me tomara de la mano al caminar, o esas veces que con orgullo decía que su hijo estudiaba medicina y se iba de guardia al hospital, entre otras. A propósito, siempre tuve un conflicto con el hecho de ser médico y la enfermedad de mi padre. La vez que fue diagnosticado yo estuve ahí, incluso lo exploré junto con mi maestra, donde pude tocar con mis propias manos aquel tumor que años más tarde me dejaría medio huérfano. Recuerdo que cuando mi maestra me susurró que mi papá tenía un tumor en el colon yo dejé de pensar, por un momento deseaba con toda mi vida dejar de ser médico y no entender las implicaciones de un diagnóstico así, pero más me sentí impotente, limitado por mi corto conocimiento que poco podía ofrecerle a mi padre. Tiempo después comprendí que más podía ayudarle como su hijo que como médico, a fin de cuentas tenía más tiempo siendo lo primero. Volví al presente y me fui de esa habitación pensativo tratando de asimilar que esa era la última vez que iba a poder verlo con vida. Minutos después, cerca de las 18 horas nos informaron que finalmente mi padre había fallecido. Mi madre y mi hermana nos abrazamos en un gesto de apoyo mutuo, luego mi mamá tuvo que ir a hacer los trámites correspondientes. Lo que pasó después lo recuerdo fugaz: el velorio, el pésame de toda mi familia y amigos de mi padre, la misa de cuerpo presente, la cremación, el contemplar la urna que contiene sus cenizas, sus misas de aniversario.

Lo cierto es que desde entonces he sentido que estoy mutilado, duele de vez en cuando, tengo dolor de miembro fantasma, o mejor dicho, de padre fantasma. La cosa es que nunca deja de doler, mi padre fue un hombre bueno de quien aprendí cosas para vivir bien y cosas por las que la vida vale la pena ser vivida. Fue injusto un final tan atroz para una persona así. En estos dos años he podido pensar bien las cosas por las cuales me duele toda esta situación (además de la evidente). Una es esa que escribí antes, me parece injusto que haya tenido un final así, realmente sufrió mucho y murió lentamente, fue casi una tortura. Otra es que para mí siempre será un recordatorio de mi intento fallido para llevarnos mejor por un capricho mío, lo cierto es que intenté acercarme a él de una forma que no le era familiar, además no pude apreciar que su forma de decirme que me amaba era con actos de servicio, y no con contacto físico como a mí me gusta. De todo eso me di cuenta muy tarde y siempre me lo voy a lamentar, me hubiera gustado haberle agradecido en mejores tiempos y no en su lecho de muerte. Otra razón es porque en estos años he aprendido muchas cosas que me encantaría platicar con él, además de seguirle aprendiendo cosas; aunque para este punto no sé muy bien si las he aprendido porque ya no está o porque era natural que pasara. Por otro lado, me duele mucho que muchas personas que llegarán a nuestra vida no podrán tener la fortuna de conocerle, sus dos primeros nietos, y un poco el tercero, tuvieron la dicha de crecer un poco con él, pero duele pensar que si llego a tener una cría ya no se podrá dormir entre sus brazos como antes sus primos. Espero que podamos hacerle justicia a su recuerdo enseñándoles lo que aprendimos de él.

Es la segunda vez que escribo sobre tu muerte, aún sabiendo que es posible que nunca lo vas a leer. Estoy tratando de interiorizar todo lo que me has dejado, así como dejar de buscarte los viernes por la noche con canciones de los ángeles azules, quedándome en la cama cinco minutos más esperando a que vayas a despertarme o dejando mis tenis blancos sucios a propósito, para ver si me haces favor de lavármelos; sé que por más que espere ya no vas a volver. Fui muy afortunado de haber tenido un papá como tú, prometo que seguiré intentando adoptar tus cosas buenas, y evitar tus cosas malas para parecerme un poco más y un poco menos a ti.

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