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Ya no te espero

Nada más orquestal y figurativo para quien dice no querer;
solo el elixir del sándalo que perdura en tu pecho
puede vencer el mustio regaño y adormecer
los briosos corceles de tus ojos que vuelan más allá de los cielos.

Ya nada es mío, ni tus palabras;
ni el hilo conductor de tu risa que presagia que te harás pis.
Eres el marmoleo espectral de la sombra difusa
de los espejos empañados del sol que vuelcan tu figura.
 
Escogí estos claveles azulados que han crecido salvajes
a un lado del camino para llevarlos hasta el encuentro
donde una vez llegaste taciturna moldeando en tus manos
unos copos de algodón que se deshacían en suspiros.
 
Nada más orquestal y figurativo para quien dice no querer;
solo el elixir del sándalo que perdura en tu pecho
puede vencer el mustio regaño y adormecer
los briosos corceles de tus ojos que vuelan más allá de los cielos.
 
Me hubiera gustado contrastar tu guiso
con la receta de mi madre aderezada de fréjoles negros
y cueritos de chancho y un picadillo de guineo;
manjar de dioses terrenales que envidian los celestiales.
 
Es necesario bajar a tu agujero negro
para encontrar la melodía Bethoviana
donde todavía subyace una parte de ti sumergida
entre los caracoles que te acompasan melódicamente.
 
No es necesario que vuelvas, los días han sido contados;
no hay pie de caminante que no apresure el paso
para disgregar el camino antes que se ponga el poniente,
la sombra del solsticio espanta a la urraca que afina su canto de muerte.
 
Yo ya no te espero.
Desde hace tiempo me acostumbre a tu olvido.
Tenía que abrigarme en la huida
y desperté gimiendo cuando el sol caía.
 
Eran solo embelesos en tiempos
cuando mezclas miel con hiel y esperas
que todo tome un matiz romántico,
una especie de atmósfera fantasmagórica.
 
Has vuelto en el polvo de ese viejo vestido de fiesta
las hilachas se mueven con el viento y sacuden tu aroma.
Has dejado de ser la ninfa y la viandante
has preferido petrificar tu rocambolesca figura de diva.
 
He soltado tu aliento para que se extravié
y salte los extramuros donde mis ojos no te puedan ver
para que quedas colgada del silencio
y mueras en el intento de llegar al nirvana
 
No es una muerte extraña para quien resurge de las cenizas,
es solo el aletear de los miles de voces incorpóreas
que juegan al murmullo en el muro del silencio de Jerusalén
donde van a colgar cánticos de guerra los bienaventurados.

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