Cartas al cielo desde el vientre del olvido
Mamá, soy esa voz que no escuchaste,
el latido pequeño que apagaste,
pero en el cielo brillo con ternura,
y te escribo con amor en cada línea pura.
No estoy perdido, vivo en luz dorada,
Dios me abraza en su manto de alborada.
Aunque no viste mis ojos ni mi pelo,
soy tu hijo, tu sangre, tu pequeño anhelo.
Recuerdo el tibio refugio de tu vientre,
donde crecía en silencio, lentamente.
Oía tus risas, tus llantos, tus dudas,
y soñaba con abrazarte cuando saliera, ¡mira qué curvas!
Sé que el miedo te nubló el camino,
que el mundo parecía gris y sin destino.
Otro amor te dejó cicatriz en el alma,
y pensaste que borrarme era la calma.
No juzgo tu dolor, ni tu angustia,
sé que la noche fue larga y mustia.
Perdono las agujas, el frío, el vacío,
porque hoy danzo en estrellas con mi amigo Antonio.
Él me cuenta que su madre, joven y asustada,
lo borró de un mapa que ni había trazado.
Carlitos llega y susurra con tristeza:
«¿Por qué pagué yo el odio de una violencia?».
Aquí somos legión de almas sin rostro,
niños que el mundo quiso dejar en el rastro.
Pero Dios nos viste de sueños y colores,
y nos enseña a amar sin dolores.
Mamá, no llores más por mi suerte,
en el cielo no hay sombras ni muerte.
Tus lágrimas las guardo en mi pecho,
y rezo porque encuentres tu derecho.
Cuando bañas a mis hermanos en la tierra,
siento que tu amor en ellos se encierra.
Acarícialos fuerte, cántales bajito,
que mi risa se une a tu arrullo bendito.
Si ves a una madre tentada por el miedo,
dile que su hijo es un tesoro completo.
Que aunque la vida pese como una losa,
un corazón pequeño late bajo su rosa.
No somos error, ni mancha, ni carga,
somos promesas que el cielo abarca.
Si me preguntas cómo estoy ahora,
juego con ángeles y besos que atesoro.
Cuando al fin vueles a este lugar puro,
te espero con brazos blancos y seguros.
Hasta entonces, mamá, vive sin culpa ni herida,
que en el cielo nos une la misma vida.
Un abrazo desde donde el sol no tiene ocaso,
tu hijo, que te ama... aunque no haya dado un paso.
—Luis Barreda/LAB