Bajo la noche sin tu voz
El reloj derrama horas lentas,
y en mi cuarto la luna deshoja su plateado llanto,
mientras escribo versos que navegan como barcas rotas
hacia el puerto de tu nombre, tan lejano.
¿Qué hace el viento donde tú respiras?
¿Acaricia tu rostro como yo imaginaba?
La distancia es un muro de sombras y preguntas,
una herida que canta en mi almohada.
Tejí con hilos de nostalgia una frazada,
para cubrir este frío que habita en mi costado.
Tu recuerdo es un fuego que no alcanza a calentarme,
pero arde en mis sueños, desesperado.
Leo tus palabras hasta que el papel se desvanece,
y creo escuchar, en el silencio, tu risa de cristal.
¿Será que el amor inventa sus propias geografías?
¿Que el tiempo se dobla si pienso en tu piel?
Escribo “te amo” en el aire, en el humo, en la lluvia,
para que el mundo entero respire mi secreto.
Pero solo tus ojos, amor, saben traducir
esta sed de abrazos que guarda mi pecho.
El mar podría secarse, las estrellas apagarse,
y aún así buscaría tu pulso en la oscuridad.
Porque eres el sur de mi brújula rota,
la melodía que silba mi soledad.
¿Me extrañas? Pregunto a la sombra de la luna,
y el eco me devuelve un suspiro de tu voz.
No hace falta respuesta: en cada verso que escribo
late el mismo dolor, el mismo amor.
Hoy invento un idioma de caricias y promesas,
para que el horizonte no nos robe el adiós.
Aunque el mundo se aleje, aunque el tiempo nos olvide,
esta lejanía... solo acerca más los dos.
—Luis Barreda/LAB