La Tierra Es Un Regalo
Dios pintó los montes con verde esperanza,
tejió los océanos con hilos de azul,
dio voz a los ríos, luz a las mañanas,
y al viento le enseñó a cantar sin temor.
Nos dejó un jardín bajo el sol brillante,
no un trofeo vacío ni un campo de guerra:
las flores son risas, los árboles, abrazos,
y el pan de cada día nace de la tierra.
Pero llegó el hierro, la máquina fría,
el humo que apaga el color del trigo,
corporaciones que ven números, no vida,
y cambian por oro el suspiro de un río.
Quieren más dinero, más cifras, más trofeos,
pisotean bosques, envenenan el mar...
¿Acaso olvidaron que somos viajeros
y esta casa es prestada? ¡No la podemos quebrar!
La Tierra no es un pozo sin fondo de oro:
es cuna de infancias, refugio de ancianos,
es el pan del pobre, el sueño del lobo,
el nido del pájaro, el verso del campo.
Dios nos dio un mandato: “Cuiden este suelo,
no rompan su equilibrio, no vendan su verdor;
la Tierra es un libro escrito con consuelo,
y cada criatura guarda su valor”.
Alcemos la voz si la ambición nos grita,
protejamos los lagos, los huertos, el panal.
Que nadie se crea dueño de la vida:
somos guardianes, no reyes de este hogar.
Si un día las fábricas callan su veneno,
y el asfalto se agrieta para dejar pasar
raíces que buscan la luz del cielo...
¡Quizá aprendamos, al fin, a respirar!
Porque esta es la herencia que Dios nos ha dado:
un mundo de estrellas, de trigo y de sal.
La Tierra es un templo, no un campo saqueado...
¿Seremos sus hijos, o veremos caer?
—Luis Barreda/LAB