LA JUSTICIA QUE QUIERE VER
Me llaman Justicia, hija de la Ley y el Derecho,
pero en mi nombre se esconden
las sombras del desprecio.
Dicen que debo ser ciega,
que no distinga el rostro del poderoso,
pero yo quiero verlo todo:
el dolor del olvidado,
la mentira del mentiroso.
No quiero vendas ni balanzas,
quiero ojos que no teman mirar,
manos que no tiemblen al señalar
a quien rompe con sus trampas
el frágil hilo de la verdad.
¿Por qué solo caen los débiles
en esta red de hipocresía,
mientras los fuertes ríen
y escriben las reglas del día?
Pilatos lavó sus manos,
Cristo murió en la cruz,
y hoy repiten la historia
con otro nombre y otra luz.
Queman sueños en hogueras
bajo excusas de tradición,
encierran vidas en fronteras
y le llaman «protección».
La pobreza es un juez sordo
que condena sin escuchar,
mientras el banquero dorado
aprende a volar sin caer.
Las leyes son tijeras
que cortan donde hay poder:
al niño sin zapatos le rasgan la piel,
al rico le dan un papel.
No quiero ser cómplice
de este teatro de ilusión
donde el hambre tiene dueño
y el llanto no tiene razón.
Quiero ver las manos sucias
de los que roban el pan,
los que venden armas en la noche
y de día fingen paz.
Quitaré esta venda absurda
que me ata a la complicidad:
veré al niño que trabaja,
a la mujer sin libertad,
al río que llora veneno,
al pueblo que grita «¡Basta ya!».
No juzgaré por títulos ni oro,
sino por lo que el alma guarda.
Justicia sin ojos es mentira,
es un puñal sin filo.
Hoy rompo las cadenas
de este silencio cómplice y frío.
¡Miradme! No temo al juicio:
tengo los ojos abiertos
y en ellos arde el latido
de todos los que han sufrido.
Soy la voz de los sin voz,
la luz que quema la impunidad.
Justicia sin mirada clara
solo es otra forma de maldad.
—Luis Barreda/LAB