Canto simple de la tierra
Soy hijo de la llanura,
donde el río canta fuerte,
donde la noche es pura
y el día rompe en flores verdes.
Camino sin rumbo fijo,
la tierra guía mi paso,
con el sol como amigo
y el viento como abrazo.
Mi voz es de campo abierto,
de trigo que el pan promete,
de lluvia que da al huerto
el agua que el fruto necesita.
He visto al roble caído
renacer en verde rama,
y al pájaro herido
levantarse sin que lo llame.
Las estrellas son mi mapa,
el musgo mi almohada,
duermo bajo la luna clara
y despierto con la alborada.
He visto llorar al cielo
en gotas de aguacero,
y en el polvo del desierto
brota un cactus verdadero.
Conozco el dolor callado
que no cabe en un lamento,
el amor no declarado
y el sueño que vive dentro.
Mi corazón es un nido
de esperanzas que no mueren,
pájaros que han aprendido
a volar sin que los vean.
La vida es raíz profunda,
es savia que no se agota,
es semilla que fecunda
la tierra que la acoge.
No tengo oro ni palacios,
solo versos que regalo:
son trigo para los trabajos,
son agua para los cansados.
Si un día la sombra avanza
y me cubre con su manto,
sembraré una esperanza
en el surco de mi llanto.
Porque sé que en cada grieta
nace un tallo hacia la altura,
y en la noche más quieta
canta el grillo su ternura.
No busco fama ni gloria,
mi tesoro es el rocío,
la aurora que abre la historia
y el silencio del estío.
Cuando llegue mi hora cierta,
no quiero flores ni canto,
solo que la tierra abierta
reciba mi sueño en paz.
Y si alguien busca mi huella,
que pregunte a los caminos:
“Fue sencillo como estrella
y libre como el rocío”.
—Luis Barreda/LAB