Labios de Miel, Corazón de Hiel
En cada esquina su nombre repiten,
con voz solemne su amor proclaman,
pero en sus actos la duda habita:
palabras vacías que el viento se lleva.
Honran su imagen con rezos y velas,
cantan himnos que al cielo se elevan,
mas si la fe se pesara en balanzas,
sus corazones plomo serían, no nieve.
Dicen “Señor” con la boca ancha,
pero su orgullo no deja entrada;
templos sin vida, altares de escarcha,
donde el perdón ni brota ni nace.
Ofrecen flores que pronto se marchitan,
promesas falsas que el tiempo devora,
mientras su ego como espina grita:
“¡Yo soy el rey de mi propia aurora!”.
Visten de gala los días sagrados,
fingen piedad tras muros de iglesias,
pero en sus manos no hay pan compartido,
solo monedas de falsas limosnas.
¿De qué sirven versos bien memorizados
si el odio anida tras cada plegaria?
¿Para qué sirven palabras doradas
si el alma guarda raíces de zarza?
Cristo no busca aplausos vacíos,
ni corazones que fingen latidos:
quiere verdades, no disfraces fríos,
manos que sirven, no labres fingidos.
Si de verdad quieren honrar su historia,
tejan con hebras de amor la memoria:
la fe no es ritmo de boca que suena,
sino semilla que en el pecho sueña.
Que el corazón sea altar sincero,
donde el egoísmo se haga ceniza,
pues Dios no mira el ropaje severo,
sino el amor que en las venas vibra.
Alejen dobleces, vivan sin máscaras,
que la verdad no se esconde en guirnaldas:
Cristo no habita en canciones gastadas,
sí en el humilde que ayuda sin palabras.
—Luis Barreda/LAB