Bajo el Cielo Gris
Cuando la vida se apague en mí,
no habrá canciones ni un triste adiós.
Solo el vacío, el polvo y la niebla,
guardarán el eco de lo que fui yo.
Nadie vendrá con rosas marchitas,
ni con palabras que el tiempo borró.
Mi nombre escrito en la arena mojada
lo borrará el mar... y no quedará más.
¿Quién llorará si nunca hubo risas?
¿Quién dirá mi nombre sin titubear?
Si en vida mi voz fue un suspiro,
¿por qué habría alguien de recordar?
Las tardes largas, los días grises,
los sueños rotos que no alcancé,
serán polvo en un rincón frío,
donde el olvido se sentará a reinar.
No busco lágrimas ni flores secas,
ni un monumento de sal y dolor.
Prefiero el abrazo que hoy me niegas,
que el llanto fingido de un traidor.
¿Quién calentará mi noche eterna
si en el verano me dejaste helar?
¿Quién secará las gotas del tiempo
si nunca quisiste conmigo luchar?
No hubo estrellas en mi camino,
ni manos que guiaran mis pasos.
Fui sombra entre luces ajenas,
un barco sin rumbo, sin puerto ni ancla.
Si no sembraste amor en mi tierra,
¿por qué esperarás cosechar?
Las flores que nacen sin raíces
se las lleva el viento... sin piedad.
No me importa el mármol frío,
ni las oraciones de un ritual.
Guarda tus rosas para el que viva
bajo un sol que tú sí quieras dar.
Porque el cariño que no se entrega,
la sonrisa ausente, el adiós veloz,
son hojas muertas en un invierno
que ni el más fuerte logra sostener.
Así que déjame ir en silencio,
sin flores falsas ni falsedad.
Vive con manos que sí abracen,
y no repitas lo que no diste ayer.
¿Quién enciende luces donde hubo oscuridad?
¿Quién siembra jardines en un campo sin paz?
Si no fuiste agua en mi sed profunda,
no serás brisa cuando yo ya no esté.
—Luis Barreda/LAB