Canto a la vida
Un día, sin aviso,
se apagará mi risa,
y mis pasos callados
quedarán en el viento.
No habrá más despedidas,
ni palabras dormidas
en el hueco del tiempo.
Dejaré en la mañana
la taza de café,
el pan que me alimenta,
el canto que me eleva
—aunque desafinado—.
Se borrarán mis huellas
del camino andado,
y el libro que leía
tendrá páginas vueltas
por otra mano fría.
El cielo que miraba,
las noches estrelladas,
el mar que me abrazaba
quedarán en silencio.
Ya no habrá en mis pupilas
ni auroras ni tormentas,
solo un viaje tranquilo
hacia lo desconocido.
Mas no guardo tristeza,
pues la vida entera es
un regalo que late:
fue miel en mis labios,
fuego en mi pecho frío,
un abrazo sincero,
un amor compartido.
Aprendí que en lo breve
se esconde lo eterno:
en el pan que partimos,
en las manos unidas,
en el “gracias” sencillo
que nace del alma.
Por eso hoy canto fuerte,
agradezco a la suerte,
al cielo, a la tierra,
al sol que no se cansa.
Gracias por los instantes
que ardieron como antorchas,
por las risas grabadas,
por el amor que salva.
Si mañana me ausento,
que sepa el firmamento
que llevo en mi equipaje
todo lo que amé tanto:
el rocío en las flores,
el abrazo de un niño,
y el latir de un milagro
que llamamos “vida”.
¡Gracias, oh universo,
por prestarme este cuerpo,
por dejarme sentir
que el amor es inmenso!
Y si un día me alejo,
que mi canto quede
como un susurro tierno:
“Valió la pena el viaje,
y en cada paso, el cielo”.
—Luis Barreda/LAB