Sueño de Blanco
Bajo el cielo de abril, bordado en flores,
un vestido de niebla se desliza,
camino al altar donde los amores
tejen promesas que el tiempo eterniza.
La tela es suave como el primer beso,
en su blancura guarda mil secretos,
mientras el viento, con silbido travieso,
acaricia el temblor de sus discretos.
Un padre observa con mirada tierna,
recuerda risas de un pasado frágil,
hoy su niña, convertida en eterna
luz, camina hacia un futuro ágil.
La alfombra tiende su camino largo,
flores pintan el aire con su aroma,
y en cada paso late un don sagrado,
mientras las lágrimas al corazón asoman.
El novio espera con las manos firmes,
su mirada un refugio de certeza,
pero en el pecho un suspiro dormido
guarda sombras de antigua tristeza.
¿Quién ve más allá del encaje fino?
La piel que oculta miedos sin respuesta,
el alma que navega un mar de frío
buscando en el amor su ruta honesta.
Las campanas repican su canción,
el “sí” resuena en ecos de esperanza,
mientras un ángel, desde el balcón,
teje silencios con hilos de nostalgia.
El banquete, las risas, el festín,
el baile que se mece en la penumbra,
y en un rincón, lejos del jardín,
alguien que en su reflejo se deslumbra.
La noche cae con su manto estrellado,
la luna susurra versos antiguos,
el vestido, ahora sueño desplegado,
guarda huellas de abrazos y fatigas.
Mañana el sol traerá nuevos senderos,
caminos donde el tiempo no se apresa,
y en el pecho, entre gozos y inviernos,
florecerá la paz de una promesa.
No hay espejos que muestren lo perdido,
ni agujas que compongan el vacío,
solo el vuelo de un ave en su gemido
y el alma que se eleva hacia el estío.
La vida es un bordado de momentos,
hilos de gozo, puntadas de llanto,
y en el viaje de todos los vientos,
solo el amor perdura como encanto.
—Luis Barreda/LAB