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luis barreda

Cicatriz

Cicatriz
 
Bajo el crepúsculo de inviernos callados,
mis manos trenzaron silencios prestados,
mendigando migajas de un pan ilusorio
que otro, indiferente, guardó en su desvío.
 
La noche tejía su manto de espinas
mientras yo buscaba en grietas vacías
el reflejo ausente de un amor fingido,
un eco sin nombre, un abrazo vencido.
 
¿Fue acaso mi culpa habitar con ternura
un mundo de sombras y ardiente frialdad?
¿Faltaban en mí las palabras precisas
o sobraban versos en tanta verdad?
 
Me absuelvo del llanto que ahogó mis mañanas,
de las cicatrices que el miedo dibujó,
de quedarme inmóvil cuando el huracán gritaba:
“¡Rompe las cadenas que tu alma encadenó!”.
 
Perdono las veces que el espejo mentía,
que el labio temblaba pidiendo un favor,
las noches de guerra en piel derretida,
creyendo que el odio era también amor.
 
Ya no llevo luto por el que se marcha,
ni pido clemencia al que hiela la flor.
Hoy escribo en versos la fuerza que nace
cuando el alma herida decide volar.
 
Soy torrente intenso, no pido disculpas
por dar lo que el cielo sembró en mi interior.
El que no comprenda este fuego que habito
jamás mereció mi eterno ardor.
 
Y aunque el camino se cubra de inviernos,
mi savia conoce la luz del renacer:
no hay vacío inmenso, ni puerta que cierre
lo que merezco: vivir sin temer.
 
Miro al horizonte con pecho valiente,
las huellas del daño hoy son mi armadura.
Me elevo en las alas de un ave que entiende
que el amor propio es el mejor amor.
 
—Luis Barreda/LAB

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