#procesión #prosa
Desde pequeñito crecí igualito que un camaleón: un ojo en el presente –que es buen… otro en el pasado –que fue mejor–.
A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
Déjame que te cuente el lado oscuro del mercado: venderse a uno mismo está muy bien pagado.
El bus veinte va como si no quisiera llegar al final.
Tu resultado, no el precio que has pagado, es lo que envidian.
¿Sin ganas de vivir? Vive sin ganas. Las ganas de vivir se ganan viviendo.
Cree en ti mismo: la creencia precede a la evidencia.
Qué cruel es la torre Eiffel: unos días me quiere, otros también, aunque no me lo dice.
El cuerpo que te ha tocado es el resultado de una lotería que no has jugado.
¿Qué se supone que debe uno pensar si cuesta más leer y aprender de los fallos de los demás que beber y cometer los propios?
Tu forma de diábolo, de reloj de arena tu perfil, contra mi alma de león y mis dientes de marfil.
Mientras el otoño llega y las hojas se tornan amarillo, yo me torno carajillo y me bebo,
La vida se bebe a sorbos breves: como un buen vino.
He aquí un hombre que se murió sin miedo a mirarse por dentro.
El prosaico patriotismo de la pila de platos sucios de la cocina no está patrocinado por ninguna puta compañía