Al final podré perecer petrificado por perder un pulso de miradas
Las aceras siguen siendo ilegibles libros de pies cuyas páginas se revuelven al son del insomnio
A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
El bus veinte va como si no quisiera llegar al final.
Caído una vez, levantado otra vez más: así es la vida.
Las canas son sabiduría que se desborda.
Uno mendiga, muchos mirando el móvil: falta compasión.
En efecto, yo –como cualquier elemento– lluevo lo que llevo por dentro. De hecho,
Hazlo o no lo hagas: no hay propósito alguno que te haga triunfar.
Querido, “hubos” hubo muchos pero no fueron tuyos. Pero “ahoras” sólo hay uno y te pertenece.
Más vale poco si es honesto y genuino que mucho y falso.
Tu forma de diábolo, de reloj de arena tu perfil, contra mi alma de león y mis dientes de marfil.
El mundo es infinitamente complejo… hay infinitos matices entre el bien y el mal, así como infinitos tonos entre el blanco y el negro.
Irrelevante: cuando nadas en el mar, la lluvia da igual.
La débil dedicatoria que le dedico… para hacerlos míos se está desdibujando entre ojeras desgastadas y lírica… y se está volviendo ilegible