EL LADRÓN Y EL POLÍTICO
El ladrón común llega de noche,
con un cuchillo o una pistola en mano,
te arrebata el móvil, la cadena, el reloj,
y huye veloz en su auto robado.
Te deja sin dinero, con miedo en la piel,
pero lo material se recupera,
el tiempo lo cura, el susto también,
y la vida, tarde o temprano, mejora.
Pero hay otro ladrón de traje elegante,
que no usa máscara ni salta paredes:
con sonrisa falsa y discurso brillante,
roba sueños enteros mientras tú aplaudes.
Él no quiere tu auto ni tu joya más cara,
su hurto es silencioso, no deja señal:
te quita la salud, la casa, la pensión,
y vende tu futuro al mejor postor.
Te roba la risa con impuestos altos,
la educación la vuelve mercancía,
la luz de tu hogar la apaga con fraudes,
y el trabajo honesto lo hunde cada día.
El ladrón común te elige al azar,
pero al político lo levantas tú:
con un voto ciego, con una ilusión,
le das permiso para abrir tu portal.
Él promete ríos, montañas de oro,
pero al llegar solo trae desilusión:
los hospitales vacíos, las calles sin luces,
y escuelas pobres sin libros ni calor.
¿Qué es más peligroso? ¿El crimen o el voto?
El primero te quita lo que hoy está aquí,
el segundo, como un cáncer, lo pudre todo:
el mañana, la vejez, el pan de tus hijos.
Despierta, hermano, abre bien los ojos,
no mires solo el puño que te golpea:
el político ladrón, con su ley y su sello,
te roba el alma... ¡y le firmas la entrega!
No basta con rejas, alarmas o perros,
la verdadera defensa está en la razón:
no vendas tu voz por un plato de mentiras,
ni canjes tu dignidad por una canción.
El día que el pueblo deje de ser cómplice,
que el voto sea conciencia, no un volado al azar,
los ladrones de cuello blanco temblarán...
¡Porque un pueblo despierto jamás será robado!
—Luis Barreda/LAB