#epitafio #poesía
El prosaico patriotismo de la pila de platos sucios de la cocina no está patrocinado por ninguna puta compañía
Esta disputa —que el lector disfruta— de la zorra con las uvas me enseña
Mientras tanto, el eco de aquel beso inesperado resonaba en mi cabeza.
La vida se bebe a sorbos breves: como un buen vino.
No te preocupes, deja que la vida ocurra como ocurre la vida misma: orgánicamente.
Desde pequeñito crecí igualito que un camaleón: un ojo en el presente –que es buen… otro en el pasado –que fue mejor–.
La débil dedicatoria que le dedico… para hacerlos míos se está desdibujando entre ojeras desgastadas y lírica… y se está volviendo ilegible
Todo el mundo quiere ser inmortal, pero nadie se ha molestado en leer la letra pequeña: para ser inmortal
¿Qué se supone que debe uno pensar si cuesta más leer y aprender de los fallos de los demás que beber y cometer los propios?
Qué cruel es la torre Eiffel: unos días me quiere, otros también, aunque no me lo dice.
Desde que desperté, me dediqué a desear dibujarla despierta y desnuda: danzando decidida
Mientras el otoño llega y las hojas se tornan amarillo, yo me torno carajillo y me bebo,
Caído una vez, levantado otra vez más: así es la vida.
En efecto, yo –como cualquier elemento– lluevo lo que llevo por dentro. De hecho,
Las canas son sabiduría que se desborda.