Las canas son sabiduría que se desborda.
Vístete fuego, viste té y hierba en el pelo: arriba el cielo, abajo el trigo
La vida se bebe a sorbos breves: como un buen vino.
Desde pequeñito crecí igualito que un camaleón: un ojo en el presente –que es buen… otro en el pasado –que fue mejor–.
Caído una vez, levantado otra vez más: así es la vida.
Voy a lanzarme a ver si existo: sin perdón, sin excusas, sin permiso.
Qué cruel es la torre Eiffel: unos días me quiere, otros también, aunque no me lo dice.
Irrelevante: cuando nadas en el mar, la lluvia da igual.
Háblame de la fotogenia de la primavera de mis manos meciendo tus muslos y tus piernas
Hazlo aunque llueva, porque llueva o no llueva, no se hace solo.
El cuerpo que te ha tocado es el resultado de una lotería que no has jugado.
La procesión va por dentro, no por teatro.
No sé a quién busco aquí, Padre: si lo estoy buscando a Él o me estoy buscando a mí.
A veces, el fuego se enamora de todo lo que toca. En esas veces y solo en esas el destino, lejos de ser desatino, es justicia poética.
Vamos con prisa para llegar más rápido a ninguna parte.